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Cavando pozos

HANNAH

Cuando niña, en los sábados de playa, papá y yo solíamos buscar tesoros. Cavábamos pozos hasta encontrar algo, aunque sea una pulga de mar. Creo que de los cientos de sábados que fuimos, una vez encontramos algo de valor. Solo una vez, cuando acababa de cumplir los diez años. Un anillo de oro que tenía el nombre de una mujer grabado junto a unas iniciales: OUR P. FV. Mi padre dedujo que era un anillo de matrimonio, pero nunca estuvo seguro lo que significaba lo demás. Cuando cumplí dieciseís encontré el anillo dentro de una caja de recuerdos, papá me lo había regalado en memoria de un día espléndido. Noté que las iniciales parecían haber sido grabadas primero que el nombre de la mujer, que parecía menos deteriorado. Siempre he creído que las iniciales significaban «Nuestra promesa, por siempre» en inglés e inventé una historia en mi mente. Tomé una fotografía del anillo y la pedí una pequeña publicación en el periodico de Stanford y San Francisco. Puse el nombre de la mujer y advertí que solo se lo entregaría a quien supiera cuales eran las iniciales que tenía grabadas. Recibí cinco llamadas. Solo una persona de voz desgastada y ronca logró deletrear cada una de las letras que le seguían al nombre de la mujer. «O-U-R-P-F-V».

Nos encontramos en un café cerca de la preparatoria y le rogué a Jeremy que estuviera en la mesa de al lado por si acaso necesitaba que me salvase de un posible secuestro. Por el escaparate divisé a un señor con una barba larga como la de Santa Claus, una espalda algo encorvada cubierta por una camisa de cuadros rojos y un sweater café sin mangas que caminaba con la ayuda de un bastón de madera. El hombre parecía ser un cascarrabias, pero de esos que guardan un corazón noble muy en el fondo.

El anillo tenía una historia como las que solo puede escribir Nicholas Sparks. Él se había ido a servir a la Segunda Guerra Mundial cuando estaba completamente enamorado de su vecina, Gabriella García, hija de unos inmigrantes latinos que habían llegado hace poco de allegados a vivir con la señora Peters. Él no tardó en averiguar que quería pasar la eternidad con ella e hizo todos los esfuerzos por enamorarla. Lo logró. Pero, los padres de Gabriella estaban empecinados en darle una educación como la que no podían tener en América del Sur, por lo que le prohibieron desviarse de sus metas. Claramente, un hombre era un desvío. La noche antes de que Robert Hopkins se fuera a la guerra, le regaló un anillo de oro grabado con las letras «OUR P. FV», que quería decir lo que siempre supuse: Nuestra promesa, para siempre. La promesa era simple, nada extravagante: Amor. Solo eso, repetía el señor Al volver, dos años después, ella lo seguía esperando. Se casaron un año más tarde y vivieron juntos todos los altos y bajos propios del amor hasta que ella enfermó y murió cinco años antes de aquella tarde.

—Lo que pasa, querida Hannah, que la vida no requiere de grandes promesas. Las más simples, son las más valiosas. Pero, parece que a los jóvenes les gusta complicarse la vida con excentricidades —dijo al terminar su historia y observar el anillo con un brillo en sus ojos que había perdido por años.

Cuando le pregunté porqué el anillo estaba perdido en medio de una playa, me contestó con una sonrisa amarga en los labios:

—Caí en el alcohol. Estuve tres años perdido luego de la muerte de Gabriella. Cuando desperté luego de una noche en la que no recuerdo nada, ya no tenía el anillo. Recorrí todo Ocean Beach buscándolo. No lo encontré. Lo había perdido —Sus ojos se llenaron de lágrimas que no quiso dejar salir frente a una desconocida de apenas dieciseis años —: Ese mismo día, dejé de beber. Hace apenas unos meses logré rehabilitarme y decir con orgullo que ya no era un alcohólico. Cuando vi tu aviso en el periódico, entendí el mensaje que la vida quería darme.

Alcé mis cejas son sorpresa y deseé con todas mis fuerzas tener el don de escribir para algún día poder hacer una novela de tan romántica historia. No lo tenía, pero, vale, podría contársela a alguien que sí. Nicholas Sparks, quizá.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora