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NUNCA, NUNCA, NUNCA

ALEX

El viaje lo organizamos en dos semanas luego del cumpleaños de Liv y creo que el desafío más difícil fue convencer a Becca de lo conveniente de este para nuestra hija. Ninguno de los dos quería que se perdiera los primeros días de clases en una de las mejores escuelas de Nueva York, pero también sabíamos que necesitaba respirar un aire diferente. Necesitaba coger más confianza, sentirse más segura. Salir de la burbuja de malas noticias en que había estado sumergida.

Creo que hablé con Laureen unas tres veces en aquel tiempo. La primera, llamó para saber como estaba Liv. La segunda vez, llamé yo para saber como le había ido en su semana. Solo curiosidad, me dije a mi mismo al marcar el numero; la tercera, quedamos en tomar un café en el Magnolia, a unas cuadras de la oficina.

Y luego, la vi tomada de la mano de su novio en el aeropuerto.

—Alex, ¿qué tal? —preguntó el príncipe al verme al tiempo que me extendía su mano.

—Alexander para ti y estoy bien, gracias, aunque sé que en realidad no te importa —contesté abrupto.

Todos quedaron en silencio y Laureen me observó con esos ojos pardos que deseaban que me arrollara un camión.

—Vaya, directo. Me gusta eso, no es tan típico en los letrados —sonrió Wes y volvió la mirada a Laureen que seguía lanzándome flechas con llamas. Me saludó con cierta contención, sin tantas sonrisas ni movimientos bruscos como solía acostumbrar. Fingí no notar su lejanía.

Saludé a Hannah con un abrazo. Vale, ella me abrazó. Yo lo recibí sin soltar mi maleta y me fui a sentar a la banca con Liv quien no tardó en preguntar quien era el tío de cabello de cobre.

—Un idiota —me limité a decir.

—¿El novio de Laureen? —preguntó curiosa.

—Un idiota.

—Entonces, ¿el idiota novio de Laureen?

—Exacto.

Adam apareció con una bandeja de cafés en la mano y no tardó en notar mi mirada de desagrado. Le dije la verdad: No quería compartir un viaje con el novio de Laureen. Cuando me preguntó las razones, fueron sencillas y cortas: Es un idiota. Adam suspiró. Tomó asiento a mi lado, apartando los bolsos de mano que me acompañaban. Me extendió un café en silencio. Negué con un movimiento de cabeza. A liv, en cambio, le ofreció una bolsa llena de chocolates, galletas, patatas fritas y un montón de mierda diabética, pero que ella aceptó con una sonrisa enorme en los labios y yo agradecí el gesto.

—La verdad invité a Wesley más por Hannah que por Laureen. Si Wesley no iba, quizás Laureen no iría y quería que Hannah estuviese acompañada. Quería que tuviera un descanso como siempre soñó, con sus amigos en una playa, descansando.

—Te faltó la loca rubia, esa que parece tener el poto suelto —dije, sin expresión.

—La invité —Alcé mis cejas, horrorizado —, debería de haber llegado, pero supongo que está atrasada.

—Genial. Esto es cada vez mejor.

—Tampoco es como que te tengo obligado aquí.

—Lo hago por ti y... —guardé silencio —, pues, por Hannah también y... por Liv. Quería distraerla.

La observé por el rabillo del ojo. Se había acurrucado en su asiento con los audífonos en los oídos y su abrigo en las piernas. Era media noche y el avión saldría en dos horas más. Me quité la chaqueta y cubrí su pecho.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora