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La última verdad del día

LAUREEN


Mamá no dejaba de alzar las manos y de moverlas con histeria. Estaba casi segura que se quería arrancar los cabellos por la forma en que los agarraba, furiosa, airada. Jamás la había visto tan molesta, pero supongo que podía preverlo. Era lógica su reacción. Sin embargo, sus palabras no lo eran. No eran las que esperaba de una madre cualquiera, pero si de una madre como ella.

—¡No, no, no, no, no! ¡Laureen, no! —gritaba y cada no era pronunciado con más y más fuerza.

—Si tan solo me dejaras...

—¡Es que no! —zanjó con un movimiento de brazos y se llevó una mano a la sien para presionar con su dedo y preguntar con más énfasis —: ¿Te has vuelto loca? ¡Primero suspendes tu internado por dos semanas para ir con tus amigos de vacaciones! Luego, nos plantas en plena inauguración. Y ahora, ¿quieres dejar todo por un pasatiempo?

—No es un pasatiempo —espeté desde el sofá de su oficina mientras ella caminaba en círculos con sus piernas debiluchas temblando y los pequeños tacones repiqueteando en el suelo.

—¡Lo es si no tienes un plan!

—Tengo un plan.

—¿A eso le llamas un plan?

—¿Sabes que edad tienes? Las becas de las escuelas de arte son para los jóvenes que están saliendo de la preparatoria y que son las promesas del mañana. Tu ya tienes una carrera, tienes... —bufó y cubrió su rostro con ambas manos —¡No has practicado hace años! —gritó ahogando sus palabras en ellas.

—Soy solo ocho años por sobre el promedio.

—¿Solo ocho? —rio con sorna —¡Entraras junto con niños de veinte! ¿Quieres ser competencia para alguien? Tu eres una Davis – St. Clair, ¿qué... —Sus labios se fruncieron. Intentó no decirlo, pero lo hizo igual —... mierda... pasa contigo? ¿Sabes todo el dinero que hemos invertido en ti? ¿En tu nombre? ¿En nuestro apellido? ¿Sabes todo lo que hemos donado a los hospitales para que nos abramos un camino en este puto mundo de la medicina? —Señaló las fotos colgadas en la pared. Todas ellas de momentos enmarcados que rodeaban el mundo de la medicina. Diplomas. Reconocimientos. Inauguraciones. Donaciones. Todas retratadas y enmarcadas para ser exhibidas en el único cuarto en el que solo entran privilegiados: Ella. Solo ella. Esos cuadros no eran más que alimento para su orgullo y ego — ¡Ibas a iniciar una maldita...!

—¡Basta, mamá! —alcé un poco la voz —. Solo dejaré de ser cirujana. Aun tengo mi titulo de médico...

—No. No quiero que solo seas lo básico —bufé cansada al oír el discurso que ya había reproducido en mi mente un montón de horas durante el vuelo. Hundí mi rostro entre mis manos y me quedé allí, sentada en ese sofá elegante, rogando que terminara pronto —. Tu eres grande. Tu eres mi hija. ¡Eres nuestra hija! No nacista para ser una más. Una chiquilla confundida y caótica. ¿Han vuelto? ¿Los pensamientos han vuelto? ¿Has tomado tu medicina?

Inspiré profundo y la busqué con la mirada.

Con calma, le dije, una vez más, lo que ella no había querido escuchar en todos estos años, pero que constantemente se lo decía.

—Madre, mis deseos de una carrera artística no son algo que puedas arreglar con un ansiolítico.

—¡Hazlo! ¡Se artista! Pero, no renuncies. ¡Hazlo y ya! ¡Hazlo en un taller o... algo que no te quite tanto tiempo!

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora