CUADROS DE VITRAL
LAUREEN
Lo recordé tan pronto como vi a Alex sosteniendo un vaso de agua. No. No habíamos tenido sexo. Mis hombros se relajaron en el acto.
—No es gracioso —reproché cuando logré conectar los cables de mi cerebro que se habían desconectado.
Salí a pasos apresurados por el corredor hacia el baño, mientras le daba un aventón en su pecho para que se hiciera al lado.
—¿Qué? —preguntó con una sonrisa a medias, pero que escondía esa forma tan socarrona con la que él se expresaba siempre.
—No insinues que tuvimos sexo —contesté y cerré la puerta, molesta
—¿Perdón? Es mera interpretación de mis palabras —lo escuché decir desde el otro lado.
No contesté. Farfullé un par de cosas que no pudo oír y nunca se las diré.
Al levantarme del escusado sentí una puntada en la parte baja de mi estómago. Me llevé la mano en el acto, haciendo presión. Recuerdo haber jadeado en voz baja. Realmente dolía. Pero, no presté mayor atención. Solo me prometí nunca más mezclar tantas comidas en menos de tres horas.
—En realidad, tu dijiste... —intenté aclarar apenas crucé el umbral de su puerta.
—No —me frenó con el dedo apuntándo mi rostro —Tu interpretaste.
Abrí la boca. Pensé en algo con que refutar, pero...
—Odio que seas abogado —terminé por decir, revolviendo la mirada.
—Veo que has recobrado tus cabales —sonrió, satisfecho de si mismo. Lo ignoré y le dije que cerrara la boca cuando él intentó hablar de lo que había hecho la noche anterior.
Pedí permiso para coger uno de los panes caseros que reposaban en un bol sobre la mesa del comedor. Él asintió, impresionado, según sus palabras, de que siguiera echándome cosas a la boca. Pero, tenía tanta hambre que podía comer una vaca entera y, aunque me dolía el estómago, no me lo iba a impedir. Los panes estaban cubiertos por un paño de cocina antiguo, de esos que sabes que guardan historias. Tenía bordadas unas iniciales en la esquina: A.B.
—¿Le bordas tu nombre a las cosas? ¿eres una abuelita? —pregunté antes de llevármelo a la boca.
Alex se humedeció los labios. Boqueó. Pronunció una debil "ah..." que se alargó más de lo habitual y luego se rendió.
—Lo siento —intuí con una sonrisa incómoda.
—Andrea Brown. Era mi madre.
Las preguntas brotaron de mi cabeza con la misma intensidad que una flor en plena primavera y los colores de todas mis interrogantes podían notarse a través de mis pupilas.
Estoy segura que Alex logró advertirlo.
—Debo decir que ebria eres más simpática —cambió el tema de conversación.
—Tu eres igual de irritante de todas formas —le seguí.
Pero, por dentro, seguía preguntándome cuál era su historia. Observé el lugar con cierta cautela, mientras discutíamos sobre lo que hice y no hice hace horas.
El comedor de su sala tenía seis sillas. ¿Por qué seis sillas para alguien que se veía tan solitario? ¿Podrían ser rezagos de su sueños? Tal vez no. Tal vez solo era parte de un afán por llenar espacios. Un sillón largo. Un televisor grande. Más de nueve platos en la alacena. Una habitación de visitas amplia, tan acogedora que daría gusto vivir allí. Un baño con espacio para más de un cepillo de dientes. Una habitación con una cama amplia.
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Fuera de reglas ©
RomanceLaureen estudia medicina. Alex es abogado. Laureen vive su vida conforme a muchos planes. Alexander nunca ha tenido un plan, salvo ahora: Buscar a su hija. Alex quiere a Laureen. Y Laureen quiere a Alex. Pero, ninguno de los dos quiere salirse...