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HOLA, OTRA VEZ

LAUREEN

El listón del vestido color rosa pastel me ceñía la cintura. Una trenza tejida con mis cabellos se enrollaba en mi nuca y creaba con elegancia un peinado que me recordaba a las que usaban las damas de Bridgerton. Mis hombros bronceados estaban expuestos al igual que mi cuello donde solo había un pequeño collar sin dije, solo eso, una cadena de plata que no exhibía ninguna piedra preciosa ni una figura. Así me sentía. A pesar de todos los intentos por encontrarme a mí misma, seguía sintiendo que me faltaba algo. No lo había alcanzado aún. El galardón estaba demasiado lejos, aunque la exposición de arte era en menos de una semana, pero eso no era suficiente para sentirme satisfecha o para tener la seguridad de poder colgar un dije en mi cuello que representara una parte de mí. Un pincel de plata. Un corazón de zircones. Un ave con sus alas alzadas. Un sol. Nada. En mi cuello no había ningún mensaje a dar, pero no importaba demasiado, al menos no en ese día.

Mis dedos acariciaron mi cuello al tiempo que le esbozaba a Hannah la mejor de mis sonrisas cuando preguntó algo sobre la falda de su vestido de novia que no alcancé a atajar.

—Es lo que llaman corte sirena, ¿no? —respondió Tina y sentí alivio de que no notaran que mis pensamientos vagaban.

—Sí, ¿es mucha cola?

—Para nada, las colas de encaje son elegantes y es apenas uno o dos metros. Eso es tener buen gusto —Jane, la dama de honor de Stanford, levantó su mano con el pulgar en alto.

Sonreí sin añadir nada más y me acerqué a ayudarla con la tiara.

—Gracias —susurró y noté que la mandíbula le temblaba.

Cogía la joya de plata y le pedí que se sentara para acomodarla bien sobre el peinado recogido en dos trenzas que se unían en un corte de bailarina detrás de su cabeza.

—¿Estás bien? —pregunté intentando no pasar a llevar el peinado.

—Creo que voy a vomitar —contestó bajito.

Fruncí el ceño y me aparté para verla directo a los ojos.

—¿Cómo dices?

—Se supone que no debo sentir nervios por mi boda, ¿no?

—Bueno, si piensas que unirás tu vagina a un mismo pene durante toda tu vida, es posible que sientas inseguridad de todos los pasteles que dejarás de probar.

Me dio un tic en el ojo con la intervención de Tina.

—Ella es así, tranquila. No tiene filtro —aclaré en dirección a Jane que la miraba pasmada, con los ojos abiertos como dos platos y volví en dirección a la rubia que ostentaba un vestido del mismo color que el mío —: No debes decir esas cosas a la novia, mucho menos si está nerviosa.

Tina se encogió de hombros.

—Las damas de honor estamos para dar perspectiva.

—No, las damas de honor estamos para apoyar a la novia.

—Hannah, querida —se acercó Tina para apoyarse en el hombro de Hannah y susurrarle al oído —: Si tu me dices que quieres arrancar, tengo mi carro frente al hotel.

Le di una palmada en la teta.

Tina se quejó como un chihuahua.

—¡¿Qué clase de consejo es ese?!

—Es normal, Hannah tiritaba incluso por un examen de secundaria —agregó la chica sentada en el sofá de terciopelo rojo.

Ninguna de las tres había probado los bocadillos que estaban sobre la mesita de centro de la sala, salvo ella que ya había acabado con las frutillas.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora