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Todo lo que podía salir mal, salió mal

ALEX


Laureen no me miró a los ojos ningún momento en que sus palabras atravesaban todas las corazas que había levantado por tanto tiempo. Ella no tenía como saberlo, pero me sudaban las manos y el corazón me latía tan rápido que dolía. Mis labios se abrieron siete veces. No, no es una forma de decir; es la verdad. Las conté. Intenté decirlo siete veces, pero no pude, porque al momento de hablar solo podía pensar en que no quería hacerle daño.

No quería.

Juro que no quería hacerlo.

¿Quieres saber la razón? Es bien simple.

La quería. La quería de una manera en la que lograba quemar muchos recuerdos dolorosos del ayer. Pero, la quería en silencio, en medio de cada sonrisa que brotaba de sus labios, entre todas las palabras estúpidas que solía decir cuando estaba pasada de copas o sencillamente nerviosa. Quería sus pausas y el sonido de su voz. Quería el brillo de sus ojos al hablar de arte y la tristeza en ellos cuando se resistía a sus sueños. Quería su cabello que tanto le avergonzaba y sus labios que no dejaba de colorear. Quería el sonido de su risa, la real, esa que soltaba sin más, sin temer al que dirán. Quería todas sus versiones, incluso aquellas que no me gustaban. La quería a ella desde hace mucho, tal vez. No lo sé. Ella es de aquellas mujeres que se cuelan por la vida sin que puedas darte cuenta a tiempo para frenarla. Lo juro, la quería, y la quería tanto que no quería hacerle daño.

Y yo sabía lo que pasaría.

Yo no iba a poder darle aquello que ella deseaba.

Pero, lo peor fue que aunque yo lo supiera, no me pude resistir a la idea de sus palabras abrazando mi alma, hasta que al final, le hice daño de todas formas, pero esa historia es para otro momento.

La vi alejarse en medio de los faros que iluminaban la calle. Caminaba decidida y confiada, como si lo que acabase de decir hubiese sido una conversación más en su día a día. Mientras que yo... yo seguía ahí, de pie, sin saber que decir o hacer.

Cogí el móvil que descansaba en el bolsillo delantero de mis vaqueros y lo saqué con cuidado. La pantalla se iluminó al detectar mi rostro y pude ver que el mensaje de la madre de Becca seguía ahí:

«Por favor, no le digas nada a Becca de lo que te he contado. Confío en ti, Alexander»

No lo quise abrir. No quería continuar aquella conversación porque todo había pasado muy rápido ese día desde que recibí la llamada de aquella mujer. Creo que había invitado a salir a Laureen porque no solo era ella la que necesitaba una distracción. Yo también.

Yo no quería pensar más en esa llamada y en la posibilidad de que, quizá, tendría que mentirle a Liv sobre Rebecca y, de tener que tomar una decisión pronto, sabía que no podía meter a Laureen en ella porque involucrarnos en algo solo haría más difícil aquella resolución. Solo nos haría víctimas de una realidad que se escapaba de nuestras manos. Era en vano intentar cambiar el juego de las reglas que ya estaban dichas.

Asi es que...

Solo me quedaba olvidar todo lo que había pasado aquella noche.

Aunque, sinceramente, hubiese preferido olvidar la llamada de la madre de Becca.

El día había amanecido nublado y con algunos chubascos débiles, pero el clima seguía templado. Le compré a Liv un cortavientos y unas calzas deportivas antes de salir hacia la ruta de los volcanes que un guía turístico había preparado para nosotros, pasaríamos tres noches allá.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora