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PADRE E HIJA

ALEX

Laureen me observaba por sobre el hombro de Wesley de la misma forma en que verías a un fantasma. Abrió sus labios para decir algo, pero en lugar de salir palabra de sus labios, me señaló al interior de su departamento en dirección a la sala.

—Olivia está dentro —se limitó a decir y luego agachó la vista.

Hice lo propio.

No podía mirarla fijamente a los ojos sin sentir vergüenza.

Wesley me observaba con el ceño levemente fruncido, preguntándose que hacía ahí, supongo.

—Vengo por mi hija —me adelanté sin que saliera una palabra de sus labios y pasé por un costado, intentando no tocar su hombro.

—Wes, creo que es mal momento y he olvidado por completo... —la escuché decir con voz dubitativa.

—Laureen, si tienes algo que hacer puedes ir. Yo no tardaré mucho con Olivia y luego nos iremos a mi apartamento —interrumpí.

Noté como sus hombros se tensaron, más no volteó hacia mi. No me dirigió la palabra, pero levantó la mano en alto, haciéndome callar.

—¿Te puedo llamar más tarde? —continuó hacia el sujeto de abrigo largo.

Sentí la mirada de Wesley sobre mi. Capté la furia en sus ojos, más el tono de su voz hacia Laureen fue gentil y comprensivo.

—Claro, soluciona lo que tengas que solucionar —concluyó y se acercó para besar su mejilla en un beso más largo de lo común y en medio de él, cruzamos miradas.

Supongo que fue algún tipo de mensaje como en el que los primates marcan territorio.

Inspiré profundo y me dirigí hacia Liv. No quería pensar en Wes y Laureen...

Juntos...

Otra vez.

El piso estaba repleto de objetos que claramente no tenían que estar ahí. Bastidores en blanco. Pinturas. Sacos de yeso. Paños manchados de arcilla. Libros de anatomía para escultores. Un balde de agua lleno de residuos de un polvillo blanco. Todo estaba ahí. El alma de Laureen expresada en cada uno de esos materiales. Ella pasmada en un lienzo en blanco, esperando que alguien trazara las líneas que le darían vida.

Zigzagueé entre medio de todos los materiales hasta llegar al sofá donde Olivia escuchaba música con los audífonos puestos y sus ojos fijos en la ventana que daba.

Mi corazón dio un vuelco al verla. Sentí que pude respirar, que la película de terror que había protagonizado había cesado. Que ya no habían pausas entre ruido. Que el mundo seguía girando y que no me había perdido de nada, porque todo lo que necesitaba estaba frente a mi.

Una pequeña niña.

Mi pequeña niña.

Toqué su hombro y ella me miró por sobre él con el ceño fruncido en el acto. Supuse que me esperaba.

—Sé que no estás escuchando música. Me viste llegar —dije y ella enarcó más las cejas. Se quitó los auriculares desconectados.

—No quiero hablar contigo —Espetó y volvió la vista hacia la ventana.

Puse las manos en jarras y resoplé.

Al lado del sofá había algo cubierto con un paño blanco. Era grande, al menos de un metro y medio.

Tomé asiento a su lado.

—Bueno, esperaré a que quieras hablar.

—Nunca —dijo con voz firme.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora