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Time after time

LAUREEN

Si me preguntan que es lo primero que se me viene a la cabeza de aquella noche es que... Me sentía insegura. Podía sentir como mi corazón arremetía contra mi pecho cada vez que alzaba la mirada para encontrarme en el reflejo del espejo largo de la habitación. Veía una chica temerosa del futuro y, de vez en cuando, veía a otra muy distinta, una arrepentida del pasado. Sostenía contra mi cuerpo un vestido de tirantes negro y me preguntaba si lo que estaba haciendo era correcto. Si debí haber dejado ir a Wes. Si, quizá, debí darle la oportunidad de acompañarlo en mi conquista de sueños. Si, tal vez... debí de rechazar la invitación de Alex o lo que sea que haya sido eso del: Ponte cualquier cosa que pilles, esto no es una cita.

Al final, usé algo que no hiciera parecer el hecho que me quedé dos horas frente al espejo intentando decidir que vestir. El vestido negro de tirantes. Unas zapatillas bajas y blancas. Un bolso pequeño donde solo llevaba lo necesario: El móvil y el dinero. Observé el labial rojo que descansaba sobre la que, hace unas horas atrás, había sido mi cama y la de Wes. Me pinté los labios. Me quité el pintalabios. Me volví a pintar. Hice una mueca frente al espejo de desagrado: ¿Por qué debía pintarme los labios? No era una cita. Y lo repetí frente al espejo una y otra vez: No era una cita. No era una cita. No era una cita. Luego, mi cabello. Un desastre. Pensé en volver a alisarlo. Pensé en dejar los rizos que recién se estaban definiendo nuevamente luego de años de los alisados permanentes de keratina. Una trenza. Una coleta de caballo. No, mejor suelto. Mierda.

Me dejé caer de espaldas sobre la cama que se sentía inmensa sin Wesley. Resoplé, agobiada de mi propia indecisión.

Pero, para cuando Alex tocó la puerta, fingí tener todo en control: Usé una coleta de caballo y un labial rojo.

Muy rojo.

Y los ojos delineados para resaltar la mirada.

Me sentí femenina. Casualmente atractiva y decidida usando un vestido negro con zapatillas. Me sentí capaz de asombrar con mi mirada dibujada con una raya negra extendida más allá de la comisura de ella. Me sentí... como hace un par de años cuando Wesley me sacó a cenar por primera vez, solo que, esta vez, no necesité aparentar excentricidades. Era yo.

Yo.

Y Alex.

—Guau —dijo tan pronto como aparecí al otro lado de la puerta. Llevaba unos vaqueros azules, unos zapatos café y una camisa blanca con los dos primeros botones desabrochados. Solo me adelantaré para decir que sí, lo hice. Le vi el culo y con vaqueros se le ve increíble. Fin del comunicado.

—¿Guau? —repetí algo nerviosa.

—Te sienta bien el rojo en los labios.

Me llevé el dorso de la mano a la boca para besarla y quitar un poco de labial. Alex me cogió la muñeca antes que pudiera llevar a cabo mi cometido.

—¿Qué haces?

—Quizás me he maquillado.

—Lo has hecho.

—Si, pero quizás no lo necesito.

—No, no lo necesitas, pero si te sientes bien con él, ¿por qué negarte ese derecho? —Me ruboricé, lo sentí en mis mejillas. Tragué saliva muy nerviosa y bajé la mirada al suelo. Alex soltó mi mano y añadió —: Con o sin maquillaje eres bonita, solo que la inseguridad te vuelve fea.

Puse los ojos en blanco.

—¿No podías quedarte con lo de bonita solamente?

—No —contestó serio y con sus manos hundidas en los bolsillos de los vaqueros.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora