Yo, nunca, nunca
LAUREEN
Creí que sería como en las películas. Creí que lo sabría cuando esté pasando. Siempre pensé que cuando pasara algún hecho que le daría un giro a mi vida lo sentiría en el pecho o tendría esa pizca de certeza de que aquel suceso daría un vuelco a todo lo que conocía. Algo como lo que pasa en las películas. Pero no. No sentí mariposas en el estómago, no sentí el flechazo de cupido atravesar mi pecho. No hubo fuegos artificiales ni sonidos de trompetas que descendendian del cielo. Ese día fue ordinario. Fue uno más. Claro, la llegada de Hannah era un hito, pero fuera de ello, todo sería igual. Sin embargo, si me preguntan el día en que todo comenzó a ser diferente, creo que podría decir que fue aquel viernes. No fue abrupto y creo que en eso la vida me consintió un poco, porque los cambios me irritan, no soy de las que soportan ese jueguito de la vida de cogerte el culo cada vez que le da la puta gana. Fue silencioso, como un susurro. Así fue Alex. Así lo sentí, como un pequeño silbido en medio de la noche o una suave caricia en el cabello; como el tímido primer te quiero. Como un amor que no sabes que es amor hasta que te ves envuelta en él.
No se confundan. Alex y yo no fuimos de esos amores que se miran y saben que están hechos el uno para el otro. Alex y yo fuimos todo lo contrario. Fuimos de aquellos que se miran y saben que no quieren, bajo ningun motivo, caer en ese lío que significaría estar juntos. Yo no quería que fuese Alex. No podía ser él. Tenía que ser alguien diferente, tenía que ser Wes.
Me gustaría poder contarles más de ese noche, pero lo cierto es que no recuerdo ni una puta mierda. Al menos no la parte más importante. Bueno, la llegada de Hannah si la recuerdo y si fue importante, pero la otra parte más importante se me ha quedado en algún lugar del cerebro donde se guardan los recuerdos bajo estado de ebriedad. Sí. Lo sé, es raro. Laureen ebria en la casa de un extraño. Ni yo me lo hubiera imaginado.
¿Han jugado a ese juego del «Yo nunca, nunca»? Da igual cual modalidad, si la de niños donde se apostaban galletitas o la de adultos, donde la venganza por mentir era beber un vaso entero de cerveza sin pausa. Todos lo hemos jugado o, al menos, escuchar a alguien que sí. Yo siempre ganaba. Nadie podía dudar de que yo estuviese diciendo la verdad y lo mejor es que sí decía la verdad. Yo nunca, nunca había bebido —Al menos no hasta los diecinueve años —. Yo nunca, nunca, había fumado hierba —Al menos no hasta los veinticuatro y resultó ser la peor experiencia de la vida —. Yo nunca, nunca había estado con dos tíos a la vez o me había saltado desnuda al mar desde un desembarcadero. Yo nunca, nunca había reprobado un examen. Yo nunca, nunca había sido una mala hija. Y más.
Había algunas que podría decir con mucha más propiedad y orgullo hasta esa noche: Yo nunca, nunca...
Había roto mis reglas. Me había emborrachado. Había pasado la noche con un desconocido.
Y nunca, nunca, nunca, nunca había pedido el control.
O al menos así debía ser.
Pero, creo que si un terapeuta me preguntara: «Laureen, ¿desde cuando crees que comenzaste a perder el control?», pues, vale, yo diría que de esa noche. Lo tengo grabado. Y, tal vez la respuesta sería la misma si me preguntasen: «¿Desde cuando sentiste esa necesidad imparable de ser tu misma de una vez por todas?». Sí, desde esa noche.
Que para todo hay una primera vez, ¿no?
Adam había estado llamando todos los días esa semana. Había pasado viajando entre Nueva york y Stanford durante el último tiempo y, precisamente ese vaivén, le había impedido preparar mejor la sorpresa para Hannah. El plan era el siguiente: Después de su titulación, Hannah pasaría un par de días preparando las cosas para mudarse a Nueva York con Adam. Llegarían al aeropuerto a las cinco de la tarde. Estarían en el departamento a aproximadamente a las siete con todo el tráfico. Yo, en cambio, debía estar desde las cinco en el recibidor del edificio, pidiendole las llaves al conserje para recibir la comida que el genio mandó a preparar en lugar de solo pedir una pizza y ya. ¿Qué es eso de empanadas de coctel? ¡Caben siete en mi mano! Le dije que comprara algo simple, pero el prefirió llenar su apartamento de comida en miniatura y un sujeto que le hacía bebidas extrañas. Es que yo no tenía ni idea que había invitado a casi treinta personas y tampoco sabía que ese apartamento era nuevo y que eso también sería una sorpresa para Hannah. «El inicio de una historia diferente», me dijo días antes, cuando nos vimos para tomar un café rápido en un starbucks que resultó ser de tres horas con cuatro capuccinos y dos pasteles de frambuesa. «No soy de las que creen que un espacio fisico determina el futuro de algo», le dije cuando comentó los motivos de porqué había decido alquilar el suyo y comprar otro. Él quería una nueva historia en todo sentido con Hannah. No quise preguntar si estaba realmente decidido. Sabía su historia, estuve con Hannah en aquel tiempo en que él era un capullo que no quería nada de ella. Estuve tentado a preguntarle si era en serio, si todo eso de la nueva historia significaba un «nuevo Adam» o solo «nuevas paredes». En lugar de eso, hice una mueca y evité su mirada por un segundo.
ESTÁS LEYENDO
Fuera de reglas ©
RomanceLaureen estudia medicina. Alex es abogado. Laureen vive su vida conforme a muchos planes. Alexander nunca ha tenido un plan, salvo ahora: Buscar a su hija. Alex quiere a Laureen. Y Laureen quiere a Alex. Pero, ninguno de los dos quiere salirse...