NOSTALGIA
ALEX
—Dime lo que quieres tú.
—No —contestó mientras reía con sus manos tapando su cara. Recuerdo como las sábanas se enrollaban entre la piel de su cuerpo desnudo a medida que se revolcaba nerviosa entre la cama.
—Vamos, Becca.
Le extendí mi brazo y con un movimiento de cara le invité a reposar sobre mi pecho.
—Que no. No puedo. Pedirtelo es demasiado egoísta.
Recuerdo como recostó su cabeza sobre mi pecho sin dejar de parlotear. Su aroma a flores. Sus ojos castaños brillando por los rayos de sol de aquella mañana. El calor del verano en medio del sudor del polvo que habíamos tenido hace unos minutos. Las sonrisas espontáneas que nacían de los cosquilleos en la barriga. Su inocencia sonriendo a la mía, creyendo como críos que ibamos a ser eternos.
—No me has pedido nada —sonreí y ella lo hizo también.
—Es que me miras con esos ojos de enamorado y me apena decirte lo que quiero porque se que harías lo que fuera por hacerme feliz.
Me llevé una mano a la frente y miré el techo riéndome como un estúpido.
—Vale, pues sí. Pero, con tal que no me pidas algo imposible, podría hacer lo que fuera —Y volví la mirada a ella —. Lo sabes, ¿verdad?
—Me quiero quedar, Alex —murmulló bajito. A mí se me contrajo el corazón —. No quiero estudiar en Columbia. Quiero postular a algo más cerca o un poco más cerca, al menos, algo como Phoenix. No quiero estar lejos de casa ni de George Town. Me gusta este lugar —Escondió su mirada avergonzada debajo de mi cuello.
Todos los recuerdos de los meses que llevabamos hablando sobre irnos juntos a Columbia y vivir en Nueva York como una pareja de chicos de pueblo con sueños en una maleta, se deshicieron. Ella iba a estudiar veterinaria y yo iba a estudiar leyes. Estaríamos juntos. Nos casaríamos al terminar el último año. Volveríamos a George Town de vacaciones a ver a nuestros padres de vez en cuanto y cuando tuvieramos nuestros hijos, Ruby, Quinn y Peter, viviríamos en un sector residencial con un gran jardín para que jugaran. Terminaríamos por volver al George Town cuando jubilaramos y viviríamos de los animales del campo.
Ese era el plan.
Pero luego aprendí que los planes nunca funcionan. La vida no es condescendiente con el ser humano y planificar algo es absurdo para la insignificancia de lo que somos.
—Entonces, ¿no postulaste a Columbia? —pregunté con la respiración contenida.
No contestó.
Debajo de mi cuello sentí su cabeza menearse en signo de negación.
Recuerdo como se me contrajo el corazón y mi garganta se apretó. Mis sueños significaban estar lejos de ella...
... Y yo nunca quise estar lejos de ella. Al menos no hasta esa misma noche cuando recibí la llamada de la policia.
Mi sonrisa fue desapareciendo de a poco. No dije nada. Volví la mirada al techo de la habitación.
Pero, estaba tan enamorado de ella. De nosotros. De nuestros sueños, que no me importó demasiado renunciar a la idea de irnos lejos. Ladeé el rostro a ella y le pedí que me mirase a los ojos. La encontré y me encontré en ellos. Ella era el mundo que le daba sentido al mío.
—Tal vez... —comencé a decir.
No continué.
Hice una pausa y el silencio nos abrazó y yo la abracé a ella. Mis brazos rodearon su espalda desnuda y en ningún momento se me pasó por la cabeza que sería la última vez porque nunca piensas en ello. Nunca piensas que será el último recuerdo.

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Fuera de reglas ©
RomantizmLaureen estudia medicina. Alex es abogado. Laureen vive su vida conforme a muchos planes. Alexander nunca ha tenido un plan, salvo ahora: Buscar a su hija. Alex quiere a Laureen. Y Laureen quiere a Alex. Pero, ninguno de los dos quiere salirse...