PERDÓN
ALEX
Había pasado un mes desde que llegamos a George Town. Me hospedaba en la habitación de visitas de la casa de los White, en la que también había un par de historias tejidas en sus paredes, como la vez en que mis padres y yo nos quedamos en ella mientras hacían algunas remodelaciones en mi hogar.
El anillo que la señora White me había entregado seguía en el cajón de la mesita de noche. No podía hacerlo. No podía darle a Becca la vida que merecía solo porque su madre me lo imponga como una obligación. No sin antes hablar con ella y esa noche... era el momento. Liv y su abuela habían ido a visitar a una mujer y su nieta que vivían a un par de calles y que eran muy amigas de la familia.
Abrí el cajón y saqué la pequeña caja de terciopelo azul. La observé con cautela y mientras lo hacía mi estómago ardía, la bilis subía por mi garganta hasta querer salir de mi boca. Mi mano la sujetaba con fuerza, aun a costa de los temblores que la ansiedad me estaba provocando. No podía ser así. No debía ser así. Nuestra historia ya era demasiado dolorosa como para volverla un martirio y, aunque el mes que habíamos compartido juntos había sido un tiempo agradable, no se igualaba a lo que el amor de juventud te deja. No éramos los mismos. Ya no.
Y a pesar de que los años nos han hecho otras personas, yo le debía algo a ella. Lo sabía.
Salí de mi habitación y me dirigí a la de ella. Toqué despacio, sopesando la posibilidad de que esté dormida por los fármacos. En esos días, hacía tres siestas diarias. Su voz sonó desde el otro lado de la puerta. Abrí y le pregunté si estaba ocupada, aunque al parecer sí. La sorprendí sentada en la silla de ruedas mientras escribía sobre papeles rosados en su escritorio. Desde la puerta pude notar las diferentes manchas salpicadas en la piel de su mano derecha.
—¿Quieres tomar un té conmigo? —Recordé que ella no puede consumir té —, quiero decir, yo un té y tu un agua de hierba.
Volteó con silla y todo hacia mi. Sus ojos se veían grises y desgastados y recordé sus palabras del primer día: Estoy cansada, Alex.
—¿Quieres compañía? —preguntó con cierta burla —¿En serio? Creí que te gustaba ser un hombre solitario.
Sonreí, algo tímido.
—Yo... —Me rasqué la nuca y mi lengua se enredó al articular las palabras —, pensaba que... ha pasado tiempo y...
Becca entornó los ojos.
—Ya veo —intuyó y su mirada se tornó seria —. Quieres tener esa conversación. Convenientemente no está Liv.
—Becca...
—No, está bien. Pero, no entiendo si quieres hablar del pasado o del futuro, pero recuerda que a mi no me afecta demasiado este ultimo —Sus labios se curvaron, pero no puedo decir que alcanzaron a ser una sonrisa pura.
No alcancé a responder cuando ella ya movía las ruedas de la silla delante de mi, pero su destino final no fue la cocina.
—¿A dónde vas? —preguntó cuando giraba la perilla de la puerta trasera.
No respondió. Siguió por el camino de ladrillos de su jardín trasero hasta que una de las ruedas quedó atascada en una de las grietas que solo deja la erosión de la lluvia y el tiempo. Al igual que lo hizo con nosotros.
—Te ayudo —dije y corrí hacia ella.
—No —espetó brusca —Yo puedo sola.
Me detuve en seco cuando la vi levantarse y acomodar las ruedas. Cojeaba. Una de sus piernas temblaba constantemente entre cada paso, como si estuviese hecha de goma. Al verla erguida, me di cuenta de lo inflamada que tenía las extremidades de su cuerpo. Inspiré, pero cada aliento era interrumpido por el suyo, que sentía que se extendía hacia mi y me asfixiaba. En ese minuto me sentí un idiota por todo lo que había decidido saltarme en la vida, por el amor que no correspondí, las noches en que no soñé, los días en que no viví. La culpa que permití sentir. La esperanza que perdí. Y verla ahí, a Rebecca tan frágil, tan rota, tan débil, con tantos sueños que ya no cumplirá porque su cuerpo dejó de ser vasija suficiente para toda esa vida, hizo que todas mis piezas volvieran a estar listas para encajar, una vez más. No podía seguir perdiendo el tiempo, no cuando personas como Becca deseaban tener más.
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Fuera de reglas ©
RomanceLaureen estudia medicina. Alex es abogado. Laureen vive su vida conforme a muchos planes. Alexander nunca ha tenido un plan, salvo ahora: Buscar a su hija. Alex quiere a Laureen. Y Laureen quiere a Alex. Pero, ninguno de los dos quiere salirse...