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LAUREEN


Odiaba esas fiestas y la mezcla de Channel, Dior y Versace con el sonido de los tacones de Prada y Gucci. Era una fiesta para la oligarquía moderna. En su mayoría médicos, letrados y profesores de universidades de alto prestigio, esos que sabes que tienen un super-cerebro pero cuya boca destila arrogancia. Mis padres, metidos entre el gentío, se pavoneaban en ese acto que tanto les gustaba. Mi madre abrazaba el brazo de mi padre y sonreía mientras hablaba con los directores de la escuela de medicina de Harvard. Reían y en los cuatro, las comisuras de sus labios y ojos se marcaban, dejando entre ver la añoranza de los años que ya se habían marchado.

Violet, en cambio, estaba sentada con otras jovencitas de su edad, sacándose selfies y contando chismes de quien sabe qué. Usaba esa peluca que mamá le había regalado y parecía feliz con ello. Yo, en cambio, creía que eso solo la haría ser más como ellos, pero quizá eso no sea tan malo. No lo sé.

Cogí la pequeña taza de té y me la llevé a la boca mientras la orquesta hacía lo suyo.

—¿Algo para comer?

—No, gracias —le contesté rápido al mesero.

—No ha probado ningún bocado en toda la noche.

—Es qué no apetezco de nada —sonreí. Esa siempre es la señal para un mesero de que puede irse con tranquilidad.

Lo cierto era que no dejaba de dolerme el estómago.

Cogí el móvil y abrí el chat de Whatsapp de Hannah. Le pregunté como iba el cambio de vida. Ella conestó con un emoticon con ojos de corazón y la palabra "bien", detrás de él. Hablamos un momento sobre la, quizá, gran úlcera que se estaba formando en mi panza y luego de que tendría control médico el lunes. Quedamos de vernos después de ello. Nunca quise preguntarle que se sentía tener un corazón de otra persona metido en el pecho. Recuerdo haber leído una novela sobre una hombre que recibe el trasplante de otro y al tiempo, se topa con la viuda de éste y se termina enamorando de ella. No sé si el corazón está directamente ligado con el alma, pero a veces me gustaría ni si quiera saber de ella. Es la parte que nos pone irracionales y tontos. La parte que nubla nuestras decisiones y nos hace perder el control. Es impredecible y...

—¿Te dije alguna vez que me encanta como te queda el negro? —Susurra alguien a mi oído.

Pegué un salto en mi asiento. La infusión de hierbas de la taza se riega por mi muñeca. Busco una servilleta de tela.

Wes toma asiento a mi lado. La mesa estaba por entera para nosotros dos y nuestra historia a medias.

—Sí —le sonreí —y lo mejor que combina con mi cara de Wednesday Addams.

—Eres más como Audrey Hepburn versión morena con ese peinado alto tan refinado —me señala el bulto de bailarina que me había hecho en el cabello. Me lo toqué con delicadeza. Había costado un mundo hacerlo. Mi cabello era rebelde y solo Wes y Violet sabían que naturalmente era rizado y no liso. Tan rizado que podía llegar a tener un afro si no me lo hubiese cuidado tanto de niña. Bendito legado de mi padre.

—¿Es la primera fiesta luego de tu regreso? —pregunté. Wes sonríe emboado.

—Sí —aclaró la voz.

—¿No te hace sentir que estamos en plenos años cincuenta?

—Me gusta esto. Conservan su clase y elegancia en todo lo que hacen. Es algo admirable, sobretodo como está la gente allá afuera, con todo esto de los problemas sociales —afirma con la mirada ladeada hacia la orquesta y las personas que transitaban entre una mesa y otra. Wes siempre había sido de esa clase de personas que prefieren quedarse con sus asuntos e ignorar los problemas del resto. Eso nos hizo durar tanto, supongo. Vivir en una especie de burbuja. Vivir diciéndo sí, cuando debía decir sí y no, cuando era apropiado decirlo. Éramos buena dupla y cada uno siempre conservó su lugar en la relación. Pero, cuando llegó la hora de decidir sobre los sueños... Supongo que no lo hicimos bien. Observé su mano sobre la mesa y lo desnudo de su dedo y recordé cuando hablamos de casarnos y de la loca idea de hacernos cargo del hospital de mis padres. Yo era una cría con ganas de salir de casa y él era un crío con ganas de ser un Davis más. Pero, aún así, estaba dispuesta a hacerlo. Quería hacer todo por él. Por nosortos. Por tener una vida conforme al plan. Pero, supongo que a veces para que los planes resulten se necesita mucho más sacrificio. Deslicé mi mirada hacia el respaldo de la silla en la que estaba Wesley y observé el abrigo de mi padre colgado allí y sentí nostalgia al recordar que realmente se están divorciando, por más que quieran ocultarlo...

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora