Epílogo

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LAUREEN


—Ya, habla ahora —le digo y me cruzo de brazos mientras el camarero sirve su café cortado.

—No hay nada que hablar —responde, brusca.

—¿Si no hay nada que hablar por qué has aceptado venir? Creo que sí quieres hablar —le interroga Hannah luego de saborear su chocolate caliente.

Tina la mira colérica. Frunce los labios y se mantiene seria por un instante, hasta que su semblante se suaviza.

—Necesito una abogada.

Parpadeo, un poco sorprendida.

—Espera, espera —le pido y alzo las manos pidiendo una tregua —. ¿De qué me he perdido? Primero, te enfureces conmigo. Luego, llegas con un prometido a la boda de Hannah del que no sabíamos nada y ahora, ¿necesitas un abogado?

Tina se mantiene seria.

—No necesitas hablar con nosotras de forma tan profesional, Tina —Pero, aunque la voz de Hannah sonaba dulce y maternal, la rubia no parecía ceder a la seriedad que la revestía.

—Tina, lo siento —digo tras un jadeo —. Sé que te dejé de lado todos estos meses. Pero, vamos, tu nunca quieres que te tomen en serio. Vives la vida a mil por hora y... ¿Cómo voy a saber cuando quieres parar?

Ella no contesta.

Tina rebusca del bolsillo de su falda algo. Extiende la mano sobre la mesa de vidrio y deja caer sobre ella monedas y un par de dólares.

—Ahora eres mi abogada, Hannah.

Ella alza las cejas con sorpresa y yo le sigo.

—Me ofende si crees que una consultoría vale dos dólares con cincuenta.

—Por favor —suplica Tina y enfatiza con sus ojos.

—Va...le... —La voz de Hannah es tirante y recoge las monedas y los billetes.

—¿Y qué hay de mí?

—Tu finge que eres una maldita abogada y quédate callada.

Vaya, Tina si que anda de malas...

—Supongo que quieres apelar al secreto profesional —intuye Hannah. Tina asiente —. Bien, ¿qué ocurre?

Noto como la garganta de Tina tiembla. Mira hacia todos lados antes de inclinar su cuerpo sobre la mesa y susurrar una confesión:

—¿Qué tan grave es fingir un matrimonio?

—Pues... muchos fingen estar enamorados y nadie les dice nada, ya ves a Laureen con Wes.

Oh mierda, eso no lo vi venir.

—Qué graciosa eres.

—No, en serio, Hannah.

—Mi pregunta es, Tina, ¿es por la nacionalidad? Tu... prometido, quien quiera que sea, debo agregar, ¿es estadounidense o...?

—No, él es un Bellucci —interrumpe Tina.

Y mi primera reacción es escupir mi café.

Toso y golpeo mi pecho. Puedo sentir las miradas de algunos comensales.

—Debo admitir que estoy un poco perdida —Hannah sonríe.

Y yo solo puedo gritar:

—¿¡Un Bellucci!? —Quiero agarrarla del cuello, pero no puedo.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora