32

758 58 15
                                    

Esa noche. Esa llamada

LAUREEN


Lo sé, era una muy mala idea involucrarse con alguien con el que no tenías un nombre, mucho menos si sientes algo por aquel pedazo de estúpido y peor si eres de las que son de corazón sensible. Yo lo tenía claro, lo sabía. Todo aquello era muy rápido. Era la dirección equivocada, estaba conduciendo directo hacia una muralla para estrellarme con ella. Pero, no me importó. En ese momento no lo hizo y para serte sincera no estoy segura si alguna vez me arrepentí al cien por ciento de aquello que pasó esa noche, porque no importaba que lo único que teníamos en común era querernos cuando todo lo demás era complemento.

Cuando la puerta se cerró detrás de él, mis piernas abrazaron con más fuerza sus caderas y mientras mis labios susurraban contra los suyos que debíamos detenernos para luego continuar diciendo que realmente no lo deseaba. Me besó como nunca antes, con sus manos en mi espalda, queriendo algo más que mi piel. Me besó la boca, la mejilla y el cuello e incluso podría jurar que llegó hasta mi alma por un instante en el que mi cuerpo tembló. Mis manos querían su cabello negro y luego se decidieron por seguir el camino hasta su rostro para acariciar sus mejillas y pedirle que me bese de nuevo con la misma intensidad y aceptó en silencio, con un giro sobre sus talones para dejar reposar mi espalda contra la puerta y presionarme contra ella. Busqué el interruptor de la luz de la habitación y la apagué, pero seguía iluminada con el claro de luna que se filtraba por el ventanal y el sonido de las olas cuando acariciaban la arena. Fue perfecto. Su cuerpo apretó contra el mío y mi entrepierna sintió cuánto me deseaba. Flaqueé. Mis piernas temblaron y se deslizaron por las suyas hasta que mis pies tocaron el suelo. Alex cogió mis manos y las llevó hasta arriba de mi cabeza sin apartar sus labios de los míos hasta quedar sin aliento. Nuestros cuerpos se movían por la inercia del deseo de todo lo que callamos por horas, días y meses, quizá. Él quería más. Yo quería más. Pero, ninguno de los dos sabía si dar o no el paso siguiente. De un momento a otro, mis manos temblaron y sus labios se movieron inseguros sobre los míos hasta detenerse y apartarse de mí en un gesto que nos hizo aterrizar y entender que no somos de hierro, que quizá, todo aquello sería una mala idea.

—Lo lamento —musitó Alex con la voz ronca al tiempo que tiraba de las costuras del pantalón intentando disimular el bulto de su entrepierna. Aclaró la voz y desvió la mirada hacia el ventanal de la habitación, frotando su nuca con incomodidad —. No sé si...

—No lo lamentes —respondí, quieta y firme —. No has hecho nada que yo no quiera. Yo quiero. Te quiero a ti, aunque me saques de quicio.

Sus labios se curvaron con timidez y en silencio, sus ojos buscaron los míos y los encontró buscándolos también. Podía leer el temor en ellos, las dudas de si debíamos o no parar. Las interrogantes de lo que será el futuro más allá de estas cuatro paredes. Ambos estábamos pensando en ello.

—¿Lo seguirás pensando? —intuí y fue lo último que me oyó decir.

Alex negó con su cabeza.

—No. Ya no —dijo y avanzó hacia mí. La inercia y la magia del deseo hizo lo suyo otra vez —. A la mierda todo, Laureen —Susurró en medio de un beso acalorado que mi labios recibieron sin reparo. Esta vez, no había vuelta atrás.

Su boca recorrió nuevas partes de mi cuerpo, bajó hacia mi barbilla y luego siguió hasta mi cuello, donde sus labios tocaron cada centímetro y erizaron todo mi cuerpo y, entre besos y algo más, susurró contra mi piel cuánto me había deseado durante todo este tiempo y lo mucho que se había esforzado en no pensar en mí en cada rincón de sus días.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora