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LAUREEN



Recuerdo el sonido de las gotas de lluvia mientras crepitaban contra el vidrio de la habitación doscientos nueve. Observé al hombre que estaba postrado en la camilla y me pregunté cómo podía estar sonriendo y si, tal vez, Hannah estaría igual donde quiera que esté.

El doctor Gilbert hablaba de la importancia del procedimiento de aquél sujeto. Mis compañeros tomaban apuntes en sus pequeñas libretas, mientras que la mía aún vagaba en el bolsillo de mi bata blanca, preguntándose cuándo me dignaré a dibujar garabatos sobre sus páginas limpias. Pero, por primera vez, necesitaba prestar atención en otra cosa que no sea el hospital. Necesitaba no pensar en eso. Lo cual era estúpido porque... Bueno, era interna en medicina.

Una parte de mí ardía en cólera en contra de Hannah y su decisión de irse sin más. ¿Es que acaso Tina y yo no merecíamos un poco más de consideración? El abogado de cuarta de Adam es hombre, eso es motivo suficiente para entender el por qué fue tan pelotas. En serio, a las mujeres no debería extrañarnos que los hombres actúen de formas tan inexplicables para la ciencia humana. Está comprobado que son una especie extraña. Pero, la otra parte, en cambio, trataba de ser optimista y pensar en probabilidades. Más concretamente, en números. Cifras que me alentaran a pensar que Hannah no estaba muerta en la morgue de un hospital por estar esperando un corazón que nunca llegó.

Solo habíamos compartido un par de meses, pero no me había podido mantener al margen de su vida en ningún momento. Ella tenía algo. Quizá ese no-se-qué que te provoca admiración. Hannah era diferente a Tina. No podía pensar en ella de la misma forma que en Hannah. Tina es de las amigas que ante los problemas te llevarán a un bar u organizarán una pijamada con mucho alcohol, revistas, chismes y consejos de porqué el sexo quita el estrés. Hannah, en cambio, era de esa clase de amigas que te dan un buen consejo y se quedan contigo en el silencio del duelo. No digo que una fuese mejor que la otra porque ambas son iguales de necesarias. Pero, creo que en ese entonces, necesitaba más de esos consejos, de esos silencios. De una nueva perspectiva.

Mi pie comenzó a tamborilear contra el suelo pálido y mi mente vagó entre todas las imágenes petrificadas en mi mente del libro de cirugía que leí hace unos días. Había una página específica que hablaba sobre cardiopatía, pero mi memoria fotográfica falló justo cuando más lo necesitaba.

Y luego...

—¿Señorita Davis? —escuché con aire de reprimenda.

Volví la cabeza hacia el doctor que, con sus brazos cruzados y sus labios ligeramente caídos, me observaba.

—¿Qué? —solté y luego corregí —: Perdón. Yo... no sé de qué estaban hablando.

—¿Le gusta la lluvia más que la pancreatitis?

—No, señor.

«Pero, la idea de que se te pongan los ojos amarillos tampoco me atrae tanto», quise responder.

Ese día me fue horrible en las rondas de la mañana y Hannah era la responsable. Hannah y el estúpido cretino que le había roto el corazón. No la juzgué, al menos traté de no hacerlo. Pero, en aquel entonces el amor no era mi fuerte.

Para ser justos, nunca lo ha sido. Es que, ¿Cómo algo así puede estar hecho para la mente humana? Los cuentos de hadas son lindos, lo juro. Pero, estoy segura de que toda persona mayor de quince años ya puede comenzar a percatarse de que la vida y el amor no están escritas por un cuentista. Más bien, por una especie de hombre maquiavélico y narcisista que fantasea con nuestras desgracias. No, no exagero. El amor debería tener más reglas, más patrones que ayuden a los pobres mortales a hacer las cosas mejor. ¿Quién dijo que cupido era un ángel? Tengo la teoría que es tan humano como cualquiera, porque vaya que es bien pelotas para elegirnos pareja. Y aquí está Hannah, con apenas veinticinco años, moribunda y con un gilipuertas que le ha plantado en el peor momento. Si existiera una especie de algoritmo, tal vez ella nunca se hubiese fijado en él. La luz roja se hubiese encendido y se habría dado cuenta de que era mejor retroceder y cambiar el rumbo. Aunque, conociendo a Hannah tal vez eso le hubiese dado mayores motivos para seguir adelante.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora