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TU NO TIENES LA CULPA

ALEX


Tardó un par de minutos en quedar ebria y el resto de la fiesta se dedico a reír y a coquetear torpemente con un par de sujetos de la firma. No tuve mejor entretención que ver como se reía de forma tan estruendosa que lograba hacer pequeños ruidos de cerdo con su nariz. No había mejor ocupación de mente que esa, porque, aunque no quería acercarme a la realidad, todo era evidente. No podía dejar de pensar en Liv.

—Mamá dijo que era su culpa —fue una de las primeras cosas que dijo luego de un débil hola cuando Becca nos dejó solos por un momento aquella tarde.

Fui puntual. Llevé un peluche y unos globos y luego pensé en lo malo de esa ecuación. Se supone que globos y peluches es lo que se lleva cuando nace el bebé, no cuando lo conocerás luego de diez años de nacido. Me peiné el cabello de forma diferente, menos engominado y más desproporcional. Me quité el reloj. Traté de parecer relajado. Usé vaqueros y zapatillas. Una polera negra, no la de Nirvana porque parecería que sería el típico tipejo irresponsable que aun no ha madurado lo suficiente como para dejar de usar ropa de fangirl. Becca me había pedido que no use traje para aquella tarde, porque podría dar una mala impresión: «¿Quieres que piense que eres aburrido?»; «¿Qué tiene de aburrido usar traje?», pregunté. «Mira a tu alrededor, estás en un pueblo cuya única heladería es rosada, tiene banderitas de colores y una música infantil a todo volumen como si se tratara de una serie de Discovery Kids. Solo falta que aparezcan los de Plaza Sesamo bailando y estaremos en uno de esos programas», contestó con esa mirada que sabes que te está juzgando de estúpido.

Al final, dejé los globos de helio en el auto y el peluche de rata que Tessa me había obligado a comprar luego de pasar por fuera de un escaparate.

—Esa no es una rata, Alex. Es Meeko —mencionó cuando le dije que preferiría dejarla en el maletero.

—No se que es un Meeko —contesté a secas mientras escondía en los bolsillos de mis vaqueros mis manos temblorosas.

—Dios —jadeó con sus ojos en blanco. Cerró la puerta del carro con ayuda de su pie, procurando no botar las pizzas y el pastel que habíamos comprado antes de llegar a la casa de Becca Era de zanahoria. A Liv le encantaba el pastel de Zanahoria con crema de limón. Fue el primer dato que pude aprender de ella sin esfuerzo—. Es la mascota de Pocahontas. ¿Qué pasó contigo? ¿Nueva York es tan frívolo que no sabes nada de Disney? Recuerdo que pasabamos horas viendo películas. Espero que recuerdes a Bernardo y Bianca —Asentí, algo inseguro —. Parece que la vida si te cambió.

No dije nada ante su comentario.

Se quedó de pie a unos pasos del umbral de la puerta. Le ofrecí ayudarla con las tres cajas que cargaba, una sobre la otra y que le cubrían parte del rostro, pero se negó. Hizo unas maniobras raras para tratar de sacar la llave del bolsillo de sus vaqueros al tiempo que trataba de no perder el equilibrio.

—Siempre he podido sola —contestó con brusquedad y luego, se asentó una pequeña pausa —. Está bien, coge la caja de pizza.

Su mano se detuvo a unos centímetros de la cerradura. La llave dorada quedó suspendida a medio camino. Noté como sus hombros, cubiertos por un abrigo gris, se tensaron. Suspiró.

—¿Estás bien?

Volteó. Me observó con ese rostro de circunstancias. El mismo que alguna vez usó para decirme que se había comido mi porción de helado cuando éramos unos crios o la vez en que me confesó que estaba reprobando geometría y apenas teníamos dos noches para estudiar todo lo del año. El mismo rostro aquel día en que me fui de ese pueblo congelado en el tiempo cuando sus labios apresaban las palabras que se morían por salir para confesar que estaba embarazada.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora