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Bienvenida

LAUREEN

No éramos demasiados, tal vez veinte, y siendo franca, de todos ellos solo conocía a Tina que estaba parloteando con un tipo de traje que, supuse, era abogado. Todos en ese lugar eran abogados y emanaban esa mezcla de aroma entre tabaco y un libro antiguo. Elegancia y elocuencia aun en la ocasión más informal, como era aquella noche. No me gustaban esos sujetos. Imposible que pudiese dejarme engañar por alguno de ellos como lo hacía Tina con ese tío de rizos rubios que le sonreía y le acomodaba el cabello detrás de la oreja. Venga, niña, ¿qué no tienes amor propio? Ese sujeto era aquellos que sabes que debes pedirle un examen del virus del sida antes de meterte a la cama con él.

El apartamento de Adam era grande y tenía una cocina igual de amplia separada por una pared y una puerta de la sala principal. Estaba acostumbrada a los apartamentos donde la cocina y la sala de estar estaban en un solo ambiente. Pero, aquel lugar era, practicamente, una casa dentro de un edificio. Dos baños. Cuatro dormitorios. Una terraza en la que sí entran más de siete personas sin riesgo de caer y morir. Y, cada uno de esos lugares eran para personas muy anchas o con muchos hijos porque, créanme, cabían unas tres familias en ese sitio. No habían muchos muebles, solo lo necesario para la ocasión, habíamos tenido que alquilar un par de mesas para poner parte de la comida. Sus paredes estaban sin ninguna decoración y eso le daba un aspecto frío que fue atenuado por los globos de color que decidimos colocar con Tina una vez que comprobamos que el lugar era demasiado aburrido aún para una fiesta de bienvenida.

Observé a todos. Alguien había pedido que le pongan atención para luego decir que Adam venía en camino y que debíamos estar preparados para los aplausos una vez que entrara por la puerta. Luego, todos volvieron a lo suyo. A mi derecha, conversaciones sobre un caso jurídico. A mi izquierda, Tina riéndose muy fuerte sobre un mal chiste de ricitos de oro. En diagonal, tres mujeres hablando de lo mucho que Adam había cambiado. Otras dos, preguntándose de quien sería el corazón que Hannah recibió y haciendo suposiciones sobre como funciona el sistema de transplante de órganos en el país. Ignoré todo y zigzagué entre los invitados para comprobar que la chimenea electrica estuviera bien. Pasé a chocar el hombro de alguien. Le pedí disculpas. Escuché un par de comentarios sobre el Secretario de salud. Escuché a otra chica mencionar el nombre de Adam. Me pregunté si debía preocuparme. Decidí ignorarla. Me gané de cuclillas frente a la chimenea. Volví a escuchar a Tina reír. Cerré mis ojos. Traté de fingir que estaba cómoda en ese lugar. Suspiré. No entendía como funcionaba. No entendía como podía existir algo como eso. Era una estafa en su máxima expresión. Pero, cumplía su función. Pensar en ello me recordó a mi madre y decidí encontrar algo productivo que hacer o terminaría lanzándome por la terraza.

—¿Y cuando se supone que llegará Adam? —dijo Tina cuando se acercó a la cocina a buscar un cuchillo.

Alcé las cejas con sorpresa cuando la vi revolviendo el cajón de servicios.

—¿Vas a matar al chico que te estabas ligando? Creí que ese tipo de pensamientos se tienen después de los ocho meses de relación.

Su mano se detuvo dentro de él. Ladeó el rostro y me observó con una mezcla de terror y asombro.

—Y yo creí que las mujeres se amargaban después de los cuarenta. ¿No deberías estar esperando a Hannah como todos?

Suspiré y bajé la mirada hacia la mesa.

—Estoy cortando carne. Esa es mi entretención, picar la carne en cuadritos.

—Para eso está el sujeto que contrató Adam —Ladeó el otro hacia ambos lados —. Por cierto, ¿Dónde está?

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora