24

668 61 12
                                    

EL PESO DEL SILENCIO

ALEX


Le llevé desayuno a la cama a Liv a las ocho de la mañana. La sorprendí con un pequeño cupcake de arándanos y frambuesa y un video en vivo de su mamá deseándole un feliz cumpleaños junto a una canción inventada por ella que no era agradable a los oídos pero si al corazón. Liv se emocionó, no dejó de sonreír durante la hora en que su madre y yo estuvimos contándole anécdotas de hace más de una década. Cuando terminó la llamada, le prometí que le entregaría su regalo en la noche junto con una sorpresa. Liv alzó sus cejas con cierto asombro que rozaba la incredulidad. No sé si era porque no me encontraba divertido o porque no creía que era capaz de comprarle un buen obsequio. Quizás pensaría que le iba a regalar una Barbie. Vale, sí, lo había pensado en algún minuto.

El timbre sonó a las nueve y quince y me pregunté si había aparcado el carro en un estacionamiento que no era mío, otra vez. Suspiré profundo y mis ojos buscaron las llaves del vehículo por todo el salón, mientras vociferaba al conserje que esperaba detrás de la puerta:

—Lo siento, ¿vale? Joder, Sr. Watson, el tío del estacionamiento 12B ni si quiera vive aquí —Las cogí y abrí la puerta —: ¿Hasta cuando vamos a tener que hacer todo este numerito por un lugar que no...?

Mis palabras quedaron en el aire y mi ceño se frunció hasta que la piel dolió.

—Ni de coña —fue todo lo que tuve para decir cuando le cerré la puerta en la cara a Adam.

—¡Vamos, Alex!

—Vete a la mierda, Adam —susurré con la boca apegada en el rabillo de la puerta como un crío.

—¡Mierda! ¿Qué no me vas a escuchar? ¡Lo siento, Alex! No debí ponerte en esa situación, pero...

—¿Quién es? —escuché decir a Liv a mis espaldas. Volteé y con un movimiento de manos le pedí que vuelva a su habitación.

—Es un viejo loco. El señor Humphrey tiene alzheimer y cree que es su casa.

Pero Olivia, envuelta en ese tierno pijama de pandas que le había comprado y que ella negó por cinco noches seguidas a usarlo, se cruzó de brazos con un mohín dibujado en los labios.

—¿Es una chica?

—¿Qué?

—¿Laureen lo sabe? —volvió a interrogar.

—¡¿Q-qué?! ¿De qué hablas? ¿Qué monos pinta Laureen en...?

—¡Estaba lleno de mierda! —terció Adam desde el otro lado — ¿Vale? Y no debí decir lo que dije ni proyectar mis putas heridas contigo. Aunque, si me preguntas, no tenías porqué abrir la boca.

Bufé como un puto toro.

Abrí la puerta y dejé que ambos se encontraran de frente. Liv arqueó una ceja preguntándose quien era ese tío tan estúpido que gritaba del otro lado.

—Lo siento Liv, es Adam. Es como... —hice una pausa y dudé por un segundo — mi hermano. Es tu tío Adam y, vaya, ¿sabes? Venía a dejarte un obsequio por tu cumpleaños

Dejé mi mano en su hombro y le di un apretón poco amigable.

—Pero, no traje...

—Te va a regalar cien dólares porque una niña listilla como tu no puede andar con juguetes baratos —Le sonreí como un demente, advirtiéndole que no fuera un cagado —. Y yo le dije a Adam ¿qué mejor que unos buenos fardos de billetes para que vayas a comprarte todo lo que quieras?

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora