IRA
LAUREEN
Trabajaba solo dos días a la semana en la sala de urgencias de la clínica gratuita del hospital. Paga mínima y en su noventa por ciento eran solo suturas, curaciones o enemas... rectales. Una vez terminado el día, corría hacia mi nuevo hogar y la rutina era clara: Una ducha rápida. Comida, en su mayoría, comida china de un restaurante chiquito y un poco antiguo de la esquina. Dibujar. Dibujar. Dibujar. Dibujar. Pintar. Pintar. Pintar. Pintar. Y mover mis manos para hacer realidad la escultura que complementaría mi exposición.
No le había hablado a nadie de ella. Había desistido de la idea que le había dado a Alex en Hawaii, había decidido hacer algo diferente, pero igual de representativo a lo que yo era.
Pero, a la primera semana de aquella rutina, sabía que no iba a poder hacer las dos cosas. Era más difícil de lo que creía. No se trataba solo de mover las manos y de dejar que el yeso ensucie mi piel y mi ropa. No era solo un mero intento por crear un cuerpo, era desprenderme de mi misma. Huir de los juicios propios, del auto sabotaje, de las voces. Las malditas voces. Las reglas y los patrones. El color. La forma. Las curvas. No se trataba de lo que tenía que ser, se trataba de lo que yo quería que fuese. Ese era el problema. Estaba apenas descubriéndolo y tenía que aprender a dejar que mis manos me llevasen. Menudo problema para alguien que sufrió trastorno obsesivo compulsivo por casi toda su vida.
Inspiraba profundo. Lograba sonreír. A veces, lloraba de frustración. Otras, me sentía victoriosa.
En aquellos días, ignoré a todos. No contesté llamadas, salvo de Hannah y Tina, aunque evadí unas cuantas de ellas también. No quise ver televisión ni tampoco meterme a las redes sociales para contemplar falsas vidas. No tenía tiempo. Me encerré en mi mundo.
Y se sentía bien.
Hasta que llegaba al hospital a trabajar.
Allí, Wesley seguía mi ritmo. Sabía que quizá quería negociar lo nuestro y, a decir verdad yo ni me lo había replanteado. No porque no quisiera o no me preguntase en un minuto de cada noche si era lo que quería; pero, no tenía tiempo. No tenía tiempo para pensar en él, porque hacerlo significaba pensar en mi error con Alex. Supongo que sabes lo que dicen sobre los clavos, pero esa no era mi idea. Jamás lo fue. Sin embargo, creo que una parte de mi sentía la necesidad de... alguien, alguien que cubriera la herida anterior, como el cuento de ese chico que en su pueblo —no recuerdo donde ni el nombre de la historia —, cubrió una fuga de agua en el muro con su dedo y se quedó allí para ayudar a su gente. Algo así. Yo quería que alguien cubriese esa herida y que mejor que Wes, pero no era estúpida, porque sabía lo que él pensaba de mi nueva vida. O al menos creí saberlo.
Así es que solo éramos amigos. Sí, lo sé, soy una cría por pensar así. Créeme, no hay ninguna diferencia de decir eso a los quince años ni a los veintitantos —casi treinta —.
—¿Dejarás el turno? —preguntó Weasley frente a la máquina dispensadora de gaseosas de la sala de espera.
Presioné el botón una vez más. Mi bebida energética no caía.
—Sí. He presentado mi renuncia hoy —contesté con la mirada fija en la bebida que se había atascado en el dispensador —. Joder, ¿por qué a mi? —mascullé más para mi que para él.
—Porque has sido tacaña y perezosa. La tienda del hospital está en el piso de abajo.
—No me gusta ir a dermatología, allí todos son tan calmados —hice un mohín de asco.
Weasley rio.
—¿Has estado bien en tu nuevo piso? —Preguntó al tiempo que le pegaba un puñete al cristal de la máquina. La bebida cayó por fin.

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Fuera de reglas ©
RomanceLaureen estudia medicina. Alex es abogado. Laureen vive su vida conforme a muchos planes. Alexander nunca ha tenido un plan, salvo ahora: Buscar a su hija. Alex quiere a Laureen. Y Laureen quiere a Alex. Pero, ninguno de los dos quiere salirse...