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Mentiras, pasteles y flores

LAUREEN

Liv se negaba a hablar de Alex. Ningún momento era el adecuado y ningún lugar era suficiente para llevar aquella conversación. Sin embargo, en el hospital, en el taxi y en la calle, su mirada era la misma: Gris y lejana. La sonrisa fingida y los buches de niña no eran más que una careta para ocultar el fantasma que llevaba dentro. Yo había visto esos ojos alguna vez, pero en adultos. El dolor palpando sus ojos y la piel ensombrecida por la tristeza eran el protagonista del alma de aquella chica. Pero, aunque eso pudiese ser visible para todos, ella fingía. Fingía que estaba bien. Fingía una sonrisa. Fingía dulzura. Ocultaba sus emociones y yo tenía un máster en las consecuencias de ello, así es que en cuanto llegamos al departamento, no tardé en preguntar... por séptima vez.

—¿Y bien? ¿Quieres hablar de eso? —pregunté con voz firme, haciendo a un lado un bastidor de tela en blanco que había dejado en el suelo para que Liv pudiese pasar.

Si, mi piso era un desastre esos días.

—No quiero hablar —respondió, seca. Por séptima vez.

Y yo resoplé. Por séptima vez.

Me llevé una mano al cabello, nerviosa. Mis dedos se enredaban en medio de mis rizos cada vez más definidos. Había olvidado cuándo fue la ultima vez que había ido al salón para alisarlo. Pero, me sentía orgullosa de ello. Era una parte de mí que no quería volver a cambiar. No más.

—Liv, Alex debe de estar buscándote por cielo, mar y tierra.

Olivia se encogió de hombros, hundida en el sofá que había comprado en una venta de garaje. Mi madre se hubiese infartado al verlo.

—No lo quiero ver. Me ha mentido. No es un buen padre.

—Al menos, ¿me dirás por qué discutieron?

No contestó de inmediato.

Me resigné. Fui a la cocina y herví agua para un té. Busqué si tenía algún bocadillo en el refrigerador y sí, pasteles. Muchos pasteles. Me gustaba comer pastel mientras pintaba y esa semana, con toda mi puta crisis existencial, había comprado más de diez sabores diferentes. Saqué el que nunca falla: Bizcocho de chocolate con crema de chocolate... Y un baño de extra chocolate.

Iba a averiguar a toda costa si podía sobornarla con dulces, pero antes de que pudiese llegar con mi arma mortal y el té, Liv se levantó del sofá con un brinco y sus pies arremetieron contra el suelo, enfurecida. La vi contenida, con las mejillas llenas de aire que explotarían en palabras que la liberarían.

—¡Me mintieron! ¡Los dos! Mamá y Alex. ¡Me ha tenido todos estos meses en Nueva York y mamá estaba en George Town! ¡Mamá está empeorando y él me ha tenido aquí sin decirme nada! ¡Yo debería estar con mamá! —finalizó con un quejido que arañó su garganta y sacó de su interior el fantasma.

Dejé el soborno en la mesita de centro, junto con mis pinceles y el barril de yeso.

—¿Tu... madre volvió de Alemania? —pregunté con la garganta apretada, porque pensé en él. De inmediato, sentí que había encontrado el punto de conexión en todo lo que estaba pasando con Alex.

Liv agachó la mirada y se dejó caer en el sofá. Le ofrecí el pastel convenciéndola que un poco de azúcar le hará bien. Aceptó a regañadientes.

—Creo que mamá se está muriendo y ella y Alex me lo ocultaron todo este tiempo —contestó revolviendo el bizcocho con el tenedor sin si quiera probar un bocado.

—Creí que tu madre estaba...—aguardé. Intenté escarbar en las palabras de Alex durante el viaje en Hawaii. No recordaba que lo haya mencionado y de haberlo hecho estoy segura que lo recordaría —, n-no entiendo. Pero, quizá... tenían un motivo.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora