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La otra cara de la moneda

WES


He dichos tantas mentiras en mi vida como un político y muchas veces creí que no dolerían las consecuencias de esos actos. Pero, supongo que eso es lo que llaman karma.

Alguien toca la puerta de la habitación de Laureen y no tuve que voltear para saber quién es. Es ella. La chica que terminé amando más de lo que debí, o eso creo.

—Te busqué, pero me dijeron que te habías ido —la escucho decir a mis espaldas.

Inspiré profundo desde donde estaba y ladeo el rostro en dirección a ella. Alzo las cejas con sorpresa al ver que su cabello estaba más rizado de lo normal.

—Veo que te has secado —digo, apenas.

Me levanto de su cama o la que era nuestra hace un par de horas y cojo mi bolso del suelo.

—Lo lamento, no debías enterarte así.

—No, creo que una parte de mí siempre lo supo, Laureen —intento sonreír. No puedo.

—Creí que no estarías aquí. Me alegra que no te hayas ido, porque...

—Mi bolso está listo —observo mi mano que lo carga —, son unas cuantas cosas, pero no quiero dejar nada aquí.

—¿Podemos hablar?

Aprieto mis labios y pienso en la respuesta adecuada.

Para ella, sería un sí. Para mí, un no. Realmente no sé si quiero saber toda la historia de cómo se enamoró de otro sujeto y como le fue imposible olvidarlo.

—La verdad, solo tengo una pregunta, Laureen —dejo el bolso a un costado y vuelvo a sentarme al borde de la cama. Ella se mantiene de pie a un lado del umbral de la puerta.

—Pregunta lo que quieras.

—¿Por qué él? ¿Por qué alguien como él?

—Hay cosas que no son tan sencillas de explicar.

—Cambiaste todo por él, Laureen. Has hecho una vida diferente desde que él llegó.

Su ceño se frunce y niega con la cabeza.

—No, es lo que nunca has entendido. No es por él, nada de esto es por él. Es por mi, él solo... —inspira —, me escuchó.

—Yo te escuchaba, podías hablar conmigo.

—No —se apresura a decir y cruza los brazos a la altura de su pecho —. Tu escuchabas lo que yo sabía que querías escuchar.

—Es lo que siempre hablamos.

—Porque eso era lo que tenía que ser, ¿verdad? Teníamos que ser médicos, teníamos que ser socios, teníamos que ser... parte de este mundo. Pero, jamás me preguntaste si quería. Nunca. Jamás.

—Entonces, ¿te enamoraste de él solo porque te puso un poco más de atención?

—Me enamoré de Alex porque... —hace una pausa en la que sus palabras caen al suelo, rendidas.

—¿Por qué? —insisto.

—Porque con él puedo ser quien yo quiera y no me priva de ello y porque... fue capaz de ver en mi lo que yo nunca me atreví.

No tengo palabras para ello.

Agacho la mirada hacia mi regazo, donde descansa mi móvil. Aprieto el botón del costado de la pantalla y esta se ilumina. Una foto de nosotros dos aparece en el acto. Ella, con su bata de doctora. Yo, abrazando su cintura con el estetoscopio bordeando mi cuello. De fondo, el hospital.

Fuera de reglas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora