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La vida era como un maldito juego de ajedrez.

De pronto podías tener todo bajo control y después en un sólo movimiento estabas en jaque, a punto de morir.

En el juego –como siempre– el rey es la pieza más importante, todos deben ir en función de él con tal de protegerlo.

Y siempre la reina tiene que salir a atacar y a exponerse ante el peligro que implican las otras piezas para ella. De cierta forma tiene que sacrificarse para que el rey se encuentre a salvo.

En mí caso si me sacrifiqué.

Pero no estuve atenta a todos los movimientos.

Y el rey cayó, cayó ante las torres que se cerraron y no le permitieron el paso, cayó entre los peones que sólo quisieron derrocarlo y el rey del otro lado disfrutó verlo rodar ante el tablero bicolor.

La Mansión Rosier siempre fue lúgubre y denotaba ambición. A pesar de las paredes blancas y la elegancia de sus doseles se percibía la frialdad y el poco calor que desprendía. Aunque fuera así, desde niña me gustó saltar de cuadro en cuadro, el piso de la sala era blanco y negro –igual que un tablero de ajedrez– y me encantaba pisar primero los negros y después los blancos. Mi maestra de danza decía que era un excelente ejercicio de coordinación, pero siempre odie la danza y a mí me gustaba simplemente saltar.

Saltaba junto a Félix y el que perdía el equilibrio debía beber poción mucosa; una asqueridad que te provocaba estornudos convulsivos. En casa jamás hubo amor, recuerdo a mi padre siempre en su despacho, lo recuerdo gritarle a los elfos y a mi madre, a Félix cuando le temía a algo, a mí cuando no era una princesa callada y bien portada. Mi madre era sumisa y con la avaricia por los cielos, mientras tuviera dinero y ropa nueva aguantaba las humillaciones que fueran, después de todo se había casado por dinero y para aumentar su poder.

Mi hermano, desde niños jugábamos con las escobas y volabamos en los jardines de la casa. Sin embargo cuando comenzó a notar que no sea suficiente para Ethan, quiso ser como él y empezó a ser un patán engreído y egocéntrico. Despreciaba a quienes no estaban a su altura y también ignoraba a la mayoría de las personas a su alrededor.

Y después estaba yo.

No sé cuáles fueron los acontecimientos que marcaron mi personalidad. Sólo recuerdo que de niña tenía un gato, un gato blanco llamado Hyperion. Una vez Ethan me vió acariciandole y diciéndole cuanto le quería, después de todo era una niña de seis años que estaba sola todo el día.

Fuí a danza junto a Daphne y Helena.

Al volver a casa Hyperion no estaba, me dijo que se había ido porque ya no aguantaba que le atosigara. Cuando crecí me dí cuenta que él lo había matado. Y desde allí sentí que no podía confiar en nadie, que cuando no estaba al tanto de todo, cuando no controlaba lo que sucedía y cuando demostraba mis sentimientos era débil.

Que al mostrar cuanto quería a alguien, le aburriría y terminaría yéndose. Pues durante mucho tiempo pensé que mi gato se había ido porque se había hartado de mí. Después de eso cambié y todos lo notaron, jamás fui demostrativa pero no era fría al grado en que me convertí con los años. No era una maldita calculadora, manipuladora y controladora.

Los juegos se acabaron y me dediqué a crecer, a fortalecerme y  convertirme en la reina del tablero de ajedrez y no pudieron penetrar mis defensas. No permití que las cosas me afectaran y si lo hacían nadie se enteraba, no me permití llorar aunque estuviera derrumbandome.

Y me llené de odio.

Un odio tóxico y despiadado que llegó a coronarlo todo por completo.

Porque allí estaba a oscuras, mezclando en los calderos del viejo laboratorio de casa; oyendo los lamentos de mi madre que había terminado por volverse un alma en pena.

𝐓𝐇𝐄 𝐈𝐂𝐄 𝐐𝐔𝐄𝐄𝐍¹ «𝐍𝐎 𝐒𝐀𝐁𝐄𝐒 𝐌𝐄𝐍𝐓𝐈𝐑» [G.Weasley/V.Krum] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora