47 |La culpa es de los dos (Parte I)

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—Blair

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—Blair. —Habla Joseph y yo no lo veo, sigo contando cuantas baldosas hay en el suelo de la habitación de urgencias en la que estamos, porque ya conté cuantas hay en el techo de este. —Angelito, por favor, tenemos que hablar.

Pienso en todo lo que puedo, en como la atención medica es diferente a la de Estados Unidos en bastantes sentidos, comenzando con que cuando vieron a Joseph sangrar lo dejaron pasar; en mi país he escuchado de muchos casos (según las noticias son aislados) en los cuales personas mueren ahogadas en un charco de su propia sangre en el pasillo del hospital.

Yo solo he tenido que ir a urgencias una vez en mi vida, cuando era una niña y llevaba días con una infección en la garganta, literalmente llegué en la mañana y salí a las horas de la noche, luego de una larga espera y una pelea entre mi mamá y la enfermera que dijo que si yo no estaba convulsionando no había razón de estar ahí. Volví a casa con una inyección de penicilina y medicamentos. Estuve bien, muchos niños no corren con esa suerte y salen de ahí con algo nuevo, como varicela o peor.

Cuando recién cumplí los diecisiete años tuve un "accidente" que en serio requirió ir a emergencias, pero Marco no me llevó, llamó a su médico de confianza que me dio una intravenosa, transfusiones y demás, también se encargó del cuerpo del que pudo ser nuestro hijo, un recuerdo tangible de que Marco existió y dejó una huella en el mundo más allá de empresas, cuentas bancarias y propiedades.

Muchas veces, así no tuviera dinero, así viviera en la calle, repudiada por ser madre soltera, desearía que ese niño estuviera entre mis brazos, porque si su padre no está, él sí.

Y, por más repulsivo que sea, Gian es lo más cercano que podré tener a eso ¡Y es mayor que yo!

—Blair. —Vuelve a llamarme Joseph, sacándome de mis pensamientos. Sigo sin verlo y a pesar de que tiene gasas en la nariz para contener la hemorragia no deja de llamarme. —Tenemos que hablar y no me puedes ignorar para siempre.

Volteo a verlo con una sonrisa fingida y él parece esperanzado en que finalmente me di por vencida, pero esa alegría se va al carajo cuando rebusco en mis bolsillos, encuentro mis audífonos y sonriendo en la forma más irritante que puedo me los coloco.

Los conecto y comienzo a rebuscar entre mi música alguna canción alegre que me haga olvidarme de que él está en una camilla de hospital sangrando y que yo no me puedo ir porque me siento mal, debido a que soy la culpable. Se lo merece, pero está mal y si le llegué a arruinar la cara muchas fanáticas me van a querer quemar viva.

Quiero olvidarme de todo, pero mi teléfono se niega a ayudarme.

"Otros amores del pasado me han dejado diabética.

Y no puedo ser dulce contigo."

Esa maldita canción resuena en claro español en mis oídos y por más doloroso que sea soy tan masoquista que escucho cada verso de ella.

Roommates {Joseph Morgan}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora