Capítulo VIII

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     — ¿Qué fue eso que pasó?

     —Todo comenzó en el segundo día de clases.

     — ¿Fue algo relacionado con Jackie y Max?

     —No. ¿Recuerdas que en una ocasión te comenté que me sentía un poco celosa de mi hermana?

     —Sí.

     —Bueno, lo que sucedió es relacionado con eso.

 

     Número Tres nos dio un tiempo de tolerancia nulo para llegar tarde a sus clases. Si no llegábamos a tiempo, lo que nos deparaba era un castigo físico. Por cada minuto que tardáramos en llegar, teníamos que hacer doscientas flexiones. Cuando se lo comenté a mi madre, ella dijo que quizá Número Tres sólo quería ayudarnos a obtener la condición física necesaria para ser buenos Entrenadores.

     Por supuesto, yo no me lo tomé tan a la ligera.

     El segundo día de clases, llegué a nuestra aula cuando había solamente un par de compañeros de clase adentro. Ambos conversaban ávidamente, eran dos muchachos que intercambiaban opiniones acerca de quién de nosotros parecía ser más poderoso que los demás. Al verme entrar al aula, ambos me miraron con indiferencia y continuaron con su conversación, en la que continuaron hablando sobre lo emocionados que estaban por poder compartir la clase con los gemelos Roosevelt.

     Ocupé mi asiento y me hundí en él, sintiéndome intimidada por los Pokemon que acompañaban a mis compañeros. Un Totodile y un Charmander, ambos parecían estar prestando toda su atención a la conversación. Yo quería contar con la compañía de Bulbasaur, pero de pronto me sentí tan apenada por tener que llamarlo en voz alta para que apareciera. Me sentí como una completa estúpida, pues no había entrenado lo suficiente a mi Pokemon para que él saliera de su Pokebola sin necesidad de que yo se lo ordenara. Era una inútil, una vil inexperta, lo único que quería en ese momento era estar en una clase un poco menos exigente.

     Los gemelos Roosevelt aparecieron entonces.

     Tenían cierto toque siniestro que hacía imposible el simple hecho de ignorarlos. Siempre iban por ahí, vestidos con ropas oscuras y dando la impresión de pertenecer a alguna secta satánica en la que seguro sacrificaban gatos y niños pequeños por las noches. Me intimidaban demasiado, debo admitir. No podía siquiera mantener la mirada fija en ellos. Ocuparon sus asientos y permanecieron en silencio, siempre juntos y comunicándose mediante sus miradas.

     Me sentí un tanto asfixiada estando ahí dentro, así que me levanté y salí en silencio del aula. Avancé lentamente hacia los servicios, que a esa hora estaban vacíos pues el colegio recién comenzaba a llenarse. Entré a uno de los cubículos y cubrí mi rostro con ambas manos para intentar relajarme al menos un poco.

     Por alguna razón me sentía desesperada, como si por alguna razón todo me estuviera sobrepasando.

     Y pensar que era sólo el primer día…

     Escuché que alguien más entraba a los servicios. Levanté mis pies para evitar que me descubrieran y sólo escuché en silencio. Los pasos que escuchaba no pertenecían a ningún profesor, pues era el característico sonido de los zapatos que nos obligaban a utilizar. Escuché también el rechinido de la puerta cuando esa persona la cerró y entonces, me di cuenta de que estaba inspeccionando todos los cubículos.

     Esa persona sabía que yo estaba ahí.

     Se detuvo antes de llegar al cubículo donde yo estaba, tan sólo podía escuchar su respiración.

     Con sus nudillos golpeó la puerta de mi cubículo.

     —Vete —ordené—. Quiero estar sola.

     —Puedo hacerlo si eso quieres, pero a Tres no le gustará.

     Era la voz de Jacqueline Roosevelt.

     — ¿A quién diablos le importa lo que opine Número Tres? —Me quejé—. Creo que tengo derecho a escapar por un momento.

     —Recién ha comenzado el curso. ¿Tan pronto quieres rendirte?

     —Eso no es de tu incumbencia.

     Escuché su cínica sonrisa.

     — ¿Quieres saber lo que escuché anoche en casa? —me preguntó—. Te interesará saberlo.

     —Déjame sola.

     —Mi padre habló de tu hermana. Sabes quién es mi padre, ¿cierto?

     Por supuesto que lo sabía.

     —No quiero hablar contigo —le dije—. Vete.

     —Mi padre habló sobre cómo tu hermana tiene un gran desempeño, ella será una gran adquisición para la Elite. ¿Y tú? ¿Crees poder serlo?

     —Dije que te vayas.

     —Puedes ocultarte aquí tanto como quieras. De cualquier manera, no lograrás superar a tu hermana.

     — ¡Claro que la superaré! ¡Ella es sólo una niña, yo soy más hábil que ella!

     Salí del cubículo para enfrentar a Jacqueline Roosevelt. Ella soltó una fría carcajada al verme tan enfurecida. Yo me sentí estúpida y quise echar mis manos a su cuello. Supe al instante que ella sólo se burlaba de mí.

     —Lo que has dicho no es verdad —le dije, ella seguía esbozando su cínica sonrisa.

     —No, pero te ha hecho salir.

     — ¿Por qué no me dejas tranquila?

     Rió por lo bajo y me miró de arriba hacia abajo con desdén.

     —No quiero que te rindas tan fácilmente —me digo encogiéndose de hombros.

     — ¿Quieres ayudarme?

     —Quiero derrotarte con mis propias manos y demostrarle a todo el Alto Mando que no deberías estar aquí. Y no puedo vencerte si te rindes.

     Se giró, su cabello golpeó mi rostro cuando ella me dio la espalda.

     Fue en ese momento cuando comprendí que mi mayor preocupación no era sobrevivir a las clases con Número Tres. Mi mayor preocupación era que Jacqueline Roosevelt quería borrarme del mapa.

Pokemon 0: En La Piel de SkylerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora