Capítulo LXV

891 75 43
                                    

 —Desde el momento en que tuvimos que salir del aerodeslizador nos dimos cuenta de que estábamos encaminándonos lentamente hacia nuestras tumbas...

— ¿¿Los atacaron??

—No.

— ¿Entonces qué fue lo que pasó?

—Algo que nos hizo sentir que la adrenalina se apoderaba de nuestras venas.

Desde el momento en que tuvimos que salir del aerodeslizador nos dimos cuenta de que estábamos encaminándonos lentamente hacia nuestras tumbas. Las compuertas se abrieron y Número Tres nos entregó, de último momento, un paracaídas. Cada uno de nosotros debía saltar por la compuerta y tirar del cordel. Jackie y Max fueron los únicos miembros de la clase que saltaron sin detenerse a pensarlo, tomándose de las manos y soltando un grito de auténtica emoción. Devon fue el siguiente. Él me dedicó un guiño y dijo que nos veríamos abajo. Saltó y yo quedé en el borde, a un lado de Número Tres. El vértigo que sentía me impedía pensar, así como no podía atreverme a dar siquiera un paso en cualquier dirección.

—No mencionó nada sobre esto —le espeté a Número Tres con nerviosismo.

Ella rió con crueldad.

— ¿Qué esperabas, Crown? —me dijo—. En estos momentos soy tu profesora, no tu amiga.

Se inclinó hacia mí para susurrar entonces una pequeña frase que logró confundirme a pesar de haber sido sumamente clara.

—No utilices los arneses rojos.

Colocó una mano sobre mi espalda y me lanzó al vacío con un fuerte empujón.

No grité mientras caía. Lo cierto es que fue algo tan repentino que tardé un poco en tomar consciencia de lo que había pasado. Y, a pesar de mi notable confusión, no permití que mis miedos me hicieran colapsar. Estaba cayendo al vacío, hacia una zona rocosa que me arrebataría la vida en cualquier instante. Así que tiré del cordel y activé el paracaídas, cuya aparición causó que todo mi torso resintiera el tirón que dio el paracaídas a la hora de resistirse ante la fuerza de gravedad. Me aferré con fuerza a las correas que lo mantenían sujeto a mi mochila y vi, con horror, cómo dio inicio la masacre.

Algunos de mis compañeros, quienes habían salido del mismo aerodeslizador que yo, no pudieron abrir a tiempo el paracaídas. La montaña comenzó a teñirse de rojo, pues de los otros aerodeslizadores también salían más y más compañeros. Quienes pudimos pensar rápido fuimos los únicos que pudimos burlar ese primer filtro.

Al aterrizar en tierra firme, hice lo que los demás hacían. Me quité el paracaídas y eché a correr hacia la cabaña donde estaban esperando los arneses que me servirían para escalar. Pero al entrar me di cuenta de que no sólo estaban allí los arneses. Había comida, medicinas... Armas.

En un primer instante creí que esas armas contenían balas de salva. Los cuchillos eran más que reales, por supuesto, pero en ningún momento se me ocurrió pensar que las cajas con municiones tenían balas verdaderas. Mi ingenuidad me llevó a tomar una de las armas, misma decisión que me dejó como un blanco fácil para uno de los estudiantes de Número Siete. Él, un chico robusto de raza negra que doblaba mi altura, me acorraló contra el muro y me tomó por el cuello. Su Pokemon, un Venonath, se preparó para lanzar un ataque en mi contra. Entonces, casi por obra de un milagro, el chico cayó de espaldas gracias a un ataque de esporas que robaban la energía, por parte de un Sunflora.

Devon había llegado al rescate.

Quise agradecerle con palabras, pero tuve que hacerlo de otra manera. Llamé a Bulbasaur y le ordené que lanzara sus hojas afiladas en contra del Seaking que esperaba detrás de Devon para atacarlo. Él me agradeció a su vez y se adentró mucho más en la cabaña, diciendo:

Pokemon 0: En La Piel de SkylerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora