Capitulo 32: Hijo.

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Le parecía escuchar truenos y ver relámpagos en su ventana, aunque ésto era posible entrada recientemente la primavera.

Pero le hizo transportarse a uno de esos escenarios que apoyaba la sensibilidad de la que su padre algunas veces experimentó.

Cuando era muy pequeño, había caído de un árbol, excusándose de que había visto una ave para nada normal ahí.

En ese entonces su progenitor aún podía presumir de cuidarlo, y apenas escuchó los alaridos del pequeño cabezón fue a su auxilio, lo levantó y curó, eran pequeñas heridas después de todo. Esa misma noche había una tormenta y su padre lo había arropado, Membrana dormía en dónde ahora era la habitación de Gaz, puesto que ésta dormía en la misma habitación que su hermano, pero en diferente cuna (aunque en realidad la cama de Dib ya no podía calificar como una)

Las ventanas no fueron aliadas esa velada, asustaron al menor.

Un poco adolorido había ido a donde su padre, diciéndole que había monstruos que no se atrevía a investigar afuera de su habitación.

Sobó de sus cabellos y lo acurrucó con él como si. . . de un cachorro tratara.
Lo abrazó y Dib se aferró a su padre, al día siguiente, Membrana no se levantó ni a ir a trabajar hasta que su hijo lo hiciera primero, ¿qué tal que despertaba y no lo veía con él? Su hijo seguramente temería de la oscura recamara que solía mantener.

Dib deseaba tener de nuevo el auténtico espanto por tormentas, o que si quiera hubiese una, para poder ir a donde su padre, y decirle que temía, que le aterraba ir solo a la realidad. Pero desde hace mucho tiempo lo habían abandonado, lo habían dejado varado, en la peor cara de la realidad, además de ser parte de su escudo, pasó a formar parte de esa horrenda imagen de la vida.

No reprimió sus lamentos, mordía la almohada tratando de no gritar de tristeza, dejaba su aliento con pena, sus lágrimas caían sin cesar y cuestionaba en qué momento pararía. . . ah, tantos años sin llorar, momentos en que temía porque alguien lo viera dar lastima, tal vez no importaban, pero el desinterés de la figura que más admiraba, se derrumbaba junto a él.

No sabía si estaba mejor cuando estaba solo; tal vez sólo eran coincidencias, de una u otra forma, al haber hablado así con su padre hubiera terminado llorando, mojando todas sus almohadas, sus frazadas y manos, todo su rostro era cubierto por la fina capa de las lágrimas.

Quien sabe cuánto se mantuvo lamentando, suficiente como para dolerle la cabeza.

Estaba acostado sollozando, tranquilo, estaba dormido, o mas bien, dormitaba; descansaba con los párpados abajo, casi inconsciente del mundo, pero se mantenía unido a éste.

La perilla giró y alguien entró, pero él, estaba dormido.

Sintió a la distancia como la otra mitad de su colchón de hundía, estaba aferrado a la pared, fría, era lo único que lo lograba calmar en estos momentos. Aún lejano, percibió como se movía aún cuando no lo consentía, abrió un poco los ojos, muy poco como para seguir viendo borroso y lagrimoso, pero logró visualizar el pigmento blanco, sintió rozar con sus dedos una tela, y supo que estaba siendo protegido.

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