Capítulo 40: Indudable

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Era un viernes en la tarde, casi en el crepúsculo, y Zim ya se encontraba de pie

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Era un viernes en la tarde, casi en el crepúsculo, y Zim ya se encontraba de pie.

Desde la mañana se había despertado tembloroso, pero con el pasar de las horas se había transformado en todo lo bueno que le faltaba. Durante todo el día no había sentido ansia, ni frustración, solamente tenía pequeños tic's que desaparecieron hasta ese momento.

No sabía si ese sería el día, debió llevar algo para saberlo, un temporizador o algo así, de hecho, ahora que podía pensar con más claridad, pensó que hubiera sido mejor idea programar el voot y que éste se abriera a su paso al culminarse las cuatro semanas y media, en lugar de confiarse ciegamente de personas ajenas a él, aunque confiara plenamente en Minialce, los grados de Gir para agarrar cosas y después perderlas eran magistrales. . . y para hacer que aparecieran misteriosamente de un día a otro, incluso con inventario pesado o simplemente inimaginable de perder.

Pero como todo lo inimaginable, Gir lograba cumplirlo.
Quién sabe, tal vez siguiendo esa lógica él mismo le abriría, era algo impensable.

Se encontraba ya muy cómodamente sentado en la oscuridad de la nave, pensando y recordando muchas cosas, cosas relacionadas con su vida en Irk y como francamente la extrañaba, pero que aún así no se arrepentía de ser todo un invasor, aunque tuviera esa pequeña sensación de ser un mentiroso a sí mismo, él se seguía viendo en un punto de invasor, uno muy útil para su armada.

Era como si todos los meses pasados con el azabache no hubieran ocurrido jamás, pero no hay que equivocarse, que no hayan pasado por su cabeza no significa que no estén ahí, solamente que éstos no eran su prioridad en el momento.

Pensó en Gir y las veces que sí que lo ayudó, eran recuerdos muy gratos, y recordar su "época dorada" le hacía sonreír, ¡y ni comencemos a hablar de Minialce! Un animal difícil de regañar, era tan adorable que para él no hacía nada malo, además de que él no le pedía pizzas a lo baboso.

Y luego le llegó un recuerdo triste, o más bien, un recuerdo que ahora le ponía triste.

Sus altos.

Él lo había vuelto a hacer, aunque no lo viera así por su ahora restaurada ceguera y orgullo altanero —había sido como si su pak se hubiera vuelto a iniciar, pero con recuerdos y sensaciones incluidas—.

En fin, sus altos. Habían muerto, ¿verdad? Recordaba demasiado bien esa llamada que le hizo sentir que perdía una gran parte de él.

¿Qué hacía diferente este deceso a los otros dos anteriores? Par que también se adjudicaba a su nombre.

Que a ellos los había conocido desde smeet, que había pasado oscuridad junto a ellos como con otros miles que le acompañaban en su generación, que se sentó a sus lados durante las simulaciones, que recibió desde pequeños su desprecio, y que, durante la gran medición de aquel entonces, pasaron ellos y se contempló que rebasaron a todos los ya medidos y próximos a medir.

Sonreían apartados de todos los demás observando como los Irken pequeños tensaban lo más posible sus antenas para tratar de si quiera acercarse a su marca, pero que se retrataba una tristeza en su rostro al ver que ni así serían tan altos como ellos.
En su turno, Zim, había ido muy confiado, descalificando a todos los que hacían la mencionada práctica, proclamando que él seguramente arrebasaría sin necesidad de hacer creer a las personas cosas que no eran con sus antenas y botas de poco tacón.

Se colocó muy seguro y firme en la pared y se escuchó en varias fracciones de la gente risas burlonas, no porque hubieran escuchado sus comprometedores enunciados, sino que la diferencia era ridículamente alta, él apenas y alcanzaba los cincuenta centímetros, mientras que los Irken Rojo y Púrpura medían incluso un poco más del triple de esa cifra. Él volteó esperando ver una supremacía, y frunció el ceño indignado ante tales resultados, exclamó que lo volvieran a medir, que esos puestos eran simplemente imposibles.
Y fue cuando el dúo más destacado en la generación se le acercaron por primera y última vez, solamente para decirle. . .

— Vamos, ríndete Zim, jamás serás más alto de lo que nosotros somos
— Eres una insignificancia, y mejor deja de humillarte frente a todo tu pueblo.
— ¡Que pronto será nuestro!

La felicidad y burla que se reflejaba en ambos pares de ojos y voces se hizo presente de una manera que jamás lo habían hecho en su vida, a pesar de escuchar comentarios así o incluso peores durante todo su existir, siendo algunos de esos mismos Irkens aún, nunca tres oraciones de dos personas le habían hecho sentir. . . bajo, pequeño, diminuto. . . una insignificancia, algo, apenas reconocible, una pequeña mancha en una tela, cuando lo que se quería ver eran las manchas de todo el planeta, él solo era la de una tela.

Respiró y tragando sus lágrimas y enojo, se retiró de la pista tenso y con la mirada baja, sin embargo ésta fuerte y arrugada, estaba muy enojado, muy pero muy enojado, frustrado y decepcionado, además de la impotencia misma de una humillación pública.
Y aún así, escuchó ante el estrepitoso silencio que se formó, la burla culminante de Púrpura

— ¡Ja! ¿Y este como se llamará? ¡¿El día de la dolorosa humillación?! — Soltó y todo el escenario explotó en risas, dejando ver el próximo humor que se escucharía entre los pasillos de la élite (y de los que no)

Zim gruñó ferozmente, acción que se vió opacada por las risas dirigidas a su persona, a pesar de que nadie lo viera a él. Derramó lágrimas y salió corriendo de allí, empujando y haciendo a un lado a todo aquel que se le posicionaba en frente. Los únicos que lo notaron fueron los guardias de la sala, que lo dejaron salir sin rechistar ni dirigirle mirada, sabían que ante algo así negarle salida sería incómodo, además de que, no querían ser parte de su camino.

Camino de un defectuoso, ¿no?

Su recuerdo terminó y le quedó un sabor salado en su boca, tal vez el recuerdo de sus constantes lágrimas, no estaba enojado con los altos precisamente. En ese momento no los veía como altos, ni cómo dos Irken, los captaba como la representación misma de todo el rechazo y burla que recibía, era simplemente todo el paquete, separado en dos personas, las dos clases de personas que le ofendían, la que se reía de él en silencio, pretendiendo no darle importancia, y el que no dudaba en mencionarle todo lo que en él veía como gracioso.

Todo el pueblo Irken resumido en dos mentes. Por eso es que los amaban tanto como los odiaban, eran simplemente, los mejores para representar a la raza en las batallas, en los negocios, y en el universo en sí. Eran sencillamente, perfectos.

Y por eso es que Zim también los adoraba y admiraba.

Quería, tal vez, algún día, algún condenado lejano día, poder ser como ellos.

Ser visto, por miles de Irken, que enunciaran con pasión que él era la ley, que le hicieran un bullicio, uno de exclamación por favor, ya no quería la burla, no lo quería de nuevo, no quería el desprecio, no quería la soledad, no quería ser de nuevo el Irken más pequeño de entre los altos, y no quería ser el más alto de entre los pequeños, no tenía su clasificación, por favor no lo hagan volver a eso, volver a un lugar donde no encajaba, un lugar donde, a pesar. . . de todo, todo, toda la mierda esa. . .

Él lo veía como su indudable hogar.

Por favor, no obliguen a volver.

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Así es, usaré este separador toda la semana >:(

Hoy se vienen dos capítulos seguidos, pónganle condón que se vieneeee

Los veo mas extensamente el siete aaaaaaah

Choco <3 (Corazón chafa porque estoy desde la compu) 

BasoexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora