Capítulo 50: Juicio

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Zim se vio en la penumbra absoluta, apenas y captaba las luces naturales de Tak, se notaban impacientes, escuchaba su inquieto pie dando hacia arriba y hacia abajo, estaban en silencio, sonando la inquietud de Tak como un revoloteo

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Zim se vio en la penumbra absoluta, apenas y captaba las luces naturales de Tak, se notaban impacientes, escuchaba su inquieto pie dando hacia arriba y hacia abajo, estaban en silencio, sonando la inquietud de Tak como un revoloteo

— Eh. . . Tak, ¿qué hacemos. . .?

— ¡Cállate! ¡Solo. . . ¡Cállate, Zim!! — Le gritó, escupiendo un poco en su cara.

Lo que comenzó como una ansiedad furiosa, se transformó en locura alegre con un simple pillido que sonó de un artefacto de la fémina, tomando al más bajo de los hombros, justo después de revisarlo y emanar un chillido, estaba en perfectas condiciones, eso era mejor, ¿no?

Sus garras se clavaban en el brazo cubierto de tela rosa de Zim, le comenzaba a lastimar, y a pesar del temor que le imponía la de antenas enroscadas, su desprecio a Tak era mucho mayor, ejerciendo fuerza para empujarla, sin embargo, ella usando su fuerza, superior a cualquiera que hubiera conocido, le aprisionaba, sin permitirle movimiento, únicamente, prisión.

Y en medio de esa misma obscuridad penetrante, relucieron sus dientes, sus fluidos — especialmente la abundante saliva—, y junto a su expresión, se creaba la peor maldad entre sombras acechantes, parecía que algo se movía y hablaba por ahí, le murmuraban sobre sí, escuchaba cosas, por la digna mirada Irken de Tak podía jurar que no estaban solos ahí.

Esta última movió los ojos, lo hacía, miraba a sus alrededor moviéndose enérgica, los hombros de Zim dolían tanto que ya no sentía cuando Tak apretaba más, hasta que le pareció oír otro susurro, uno mayor, una indicación, que el movimiento, y en sí todo el cuerpo de la morada se sinceró, dejó de moverse, y rectificó su postura, suspirando tranquila, miraba sublime a Zim, su vista no podía transmitir más que miedo, ella sonreía, feliz, finalmente esto acababa, pero, para Zim apenas volvería a tanto empezar como terminar.

Le tomó de un solo hombro, notando así el más bajo como se liberaba la presión de su músculo, causando un dolor punzante y constante.

Todo paró, parecía haber un momento de estática, solo, blanco, solitario.

Tak se acercó apacible, temblorosa, sí, pero felicitada por sí misma, susurrando cerca de la cabeza contraria. . .

— . . . Ah. . . Juhm, muchas gracias Zim. — Despidió tomando en arañazos de nuevo los brazos del último mencionado, haciendolo soltar un grito de repentino dolor.

Cayó una inevitable lágrima de las estrellas rosadas de Zim, las sombras seguían acercándose, más y más, eran Irkens ¡no cabía una sola duda!

Pero esto no acabó ahí, apenas soltó
su martirio, prosiguió con uno nuevo; Tak le mordió sin piedad y con una inimaginable fuerza, incluso más que eso, con placer puro, cerca del comienzo del cuello y la parte baja de la cabeza.

Se separó para que observara su sonrisa.
Esa sonrisa macabra con dos pedazos de carne entre sus dientes.

— Ah. . . — Se relamió — Ahí vas Zim

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