𝐒𝐨́𝐥𝐨 𝐭𝐮́.

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Zim había compartido asiento con un chico de cabellos negros como el carbón, ojos miel como el ámbar, abrigo casi tan negro como su melena, lentes redondos que cubrían sus ojos, y un prominente y ridículo copete alzando por su cabeza, una que, hab...

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Zim había compartido asiento con un chico de cabellos negros como el carbón, ojos miel como el ámbar, abrigo casi tan negro como su melena, lentes redondos que cubrían sus ojos, y un prominente y ridículo copete alzando por su cabeza, una que, había de resaltar, era más grande de lo común.

Estaba leyendo una revista de temas cuestionables, lo paranormal nunca era algo a lo que una persona confiaría su entretenimiento al momento de esperar el transporte.

Y tal como le prometió a su hermana, llevaba un algodón de azúcar con forma de fantasma, únicamente uno, para él.

El grupo de personas con su mismo gusto seguía unido, feliz de que lucían y se comportaron pacíficos.
Escuchó como alguien soltó algo y la persona recién llegada a su lado se había levantado, seguramente también iría a la reunión, pero el gruñido de algo parecido a un animal le hizo voltear, recordando algo así en el pasado. Observando una tela negra familiar sujeta a la espalda de alguien más chico de lo que esperaba para ese evento, botas de tacón leve, de terciopelo. . . terciopelo, guantes negros como una penumbra, pero más importante, un pedazo de piel que sus prendas ni cabello ocultaba, una piel verdosa.

Su corazón latió, como nunca, pero nunca había hecho, sentía que lloraba al primer segundo de sus sospechas, y vaya que así era, sus ojos se vieron empapados al instante. Se levantó atrás de el misterioso chico, notando cómo se removía en sí mismo, y justo cuando Zim había reunido el valor necesario para aventurarse entre tanta — y desagradable — gente, Dib lo llamó tocando su hombro.

Los nervios de Zim estaban hasta el tope, estático, y apenas sintió que lo tocaron se dio la vuelta proporcionando una bofetada a quien fuera que lo había tocado, junto a un grito de susto total.

— ¡Ey! — Exclamó el atacado

— ¡N-No toques a Zim humano repugnante! — Exclamó el de este mismo nombre colocando sus brazos frente a él para protegerse.

Al abrir los ojos, estos no pudieron ser mas dichosos; miraron frente a frente a los ojos que mas le habían cautivado en su vivir, con poca o mucha luz; lejos o sin espacio entre ellos, reflejando siempre una emoción distinta a las conocidas y presentadas, una emoción mucho mas absorbente cada vez que le abrazaba, o que le expresaba entre susurros lo mucho que le encantaba pasar sus días con él. . .

Tanto que podría hacerlo todo el tiempo.

 Y por otro lado, el corazón acelerado del menor dio un vuelco pero se volvió a levantar, si bien no eran sus ojos, lograba engatusarlo aún con esa ilusión de orbes azules, siendo los originales todo lo contrario, rosados, de un solo y único color, pero con más brillo y estrellas que cualquier galaxia luminosa.

Todos los extrañados por tal escena siguieron en su camino eventualmente, mientras que ambos involucrados no podían dejar de verse agrandando sus pupilas sin controlarlo, pero hubo un momento en que sus ojos no bastaban para intentar captar todo lo que anhelaban y Zim no vio otra alternativa que lanzarse a sus brazos, y Dib le correspondía con la más punzante alegría, latido tras latido se liberaban descargas de felicidad pura, mejores que cuando se besaban incluso, era mejor, era único y especial, era su reencuentro, y no se querían soltar.

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