Epílogo

308 54 55
                                    

Zim durmió esa noche regresó y durmió junto al azabache, doliendo, pero, lo soportaba, lo disfrutaba, no el dolor, sino poder estar con él

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Zim durmió esa noche regresó y durmió junto al azabache, doliendo, pero, lo soportaba, lo disfrutaba, no el dolor, sino poder estar con él.

A la mañana siguiente Dib le dio la nave de Tak, para que si lo buscaban con la que traía, podría disfrazar esto, además que era mejor que la que traía.

Aparte a Gaz le gustaría conservar el cerdito gigante.

Dib le prometió que estaría bien al atardecer.

Antes de entrar a la nave, (que ya estaba lista al mismo ocaso después de pasar todo el día personalizándola, para crearla mucho menos reconocible) Dib sacó los guantes de Zim de nuevo, suplicándole que se los llevara, que ahí tenía un regalo.

El Irken lo negó rotundamente, prefería que él los conservara, tal como él había conservado su gabardina, anhelaba que el Membrana poseyera sus guantes. Dib se resignó, pero entonces sacó lo que estaba dentro de esas bolsa de tela, era un pequeño anillo.

Te lo pleneaba dar. . . ayer. Pero, no parecía adecuado.

Le pidió su mano, y Zim se la otorgó, desprendió sus guantes y le colocó el anillo, solo por la ocasión, no podría llevarlo ni adentro ni fuera del guante próximamente, solo dentro de la nave.

Le agradeció una vez más, y se fue.

Apenas bajó la mirada del cielo, Gaz se lanzó a abrazarlo, estrujarlo y darle dos besos, porque fue los más que aguantó dar.

Oye. . . todo está bien. Algún día debías superar a Zim, cabeza grande.

Su hermano sonrió de lado y tomó su mano, dándole la razón.

Sí. . . Vamos adentro. Quiero preparar waffles.

Y aquella noche, fue noche de waffles.

Mientras tanto Zim, estaba confundido, era cierto que los besos le hacían perder el control, pero ahora se sentía bien, no le hacían falta para nada, solo había sido ese momento se ansiedad en la pequeña montaña. El problema no eran los besos, sino la persona.

Sonrió todo el tramo que le dedicó a sus pensamientos, estaba tranquilo y ahora tenía una nave que no emanaba a Irk, lo emanaba a él, puesto que cuando la pintó, sí que se sintió como él, sólo él, Zim, el invasor, no de Irk, ¡mas sí Irken!

El Irken, más sorprendente de todos los tiempos.

— ¿Entonces ya no habrá Luna para Gir? — Preguntó el robot en la cabeza de Zim

— Hay muchas más Lunas en el universo Gir.

— Pero. . . — Comenzó a lloriquear, como solía hacer — ¡Yo quería esaaa!

— Uugh, ¡silencio! Seguro habrá una de tu color para obsequiarte.

— ¡¿Y será mía?! — Asintió ante tal absurda pregunta.

Su vida no tenía un rumbo ahora, ahora era como Tak solía ser.

Pero, a diferencia de ella, él se aseguraría de que su cordura no dependiera de pertenecer a una sociedad como lo era Irk.

Sino de él, depender únicamente de él, al cabo, tampoco era como que tenía mala compañía, eran sus dos personalidades preferidas, Gir y Minialce. Y seguramente que en un futuro sería mejor.

Después de todo, dejarse besar si que había sido el peor error de su vida.

BasoexiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora