Capítulo 37: Tormento

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Aconteció la siguiente vuelta y Tak le dedicó una sonrisa amplia; a la segunda, lo volvió a saludar, y — de manera intencional—, cuando se suponía debería dejarlo entrar, abrió la puerta justo cuando la acababa de cruzar y estaba obligado a recorr...

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Aconteció la siguiente vuelta y Tak le dedicó una sonrisa amplia; a la segunda, lo volvió a saludar, y — de manera intencional—, cuando se suponía debería dejarlo entrar, abrió la puerta justo cuando la acababa de cruzar y estaba obligado a recorrer una vez más.

El corazón del azabache latía muy fuerte, le estaba reclamando con creces un merecido descanso, esto se estaba haciendo demasiado. Sabía que no pasaría mucho para que sus piernas dejaran de responder y cayera presa de lo que ahora parecían auténticos monstruos, además de que la tenue luz que el sol ya apenas y brindaba no ayudaba en esta tétrica imagen que captaba cada que volteaba hacia atrás, hasta llegando a rezar porque este temeroso pronóstico cambiase.

Ya daba de nuevo frente a la puerta, planeando redirigir su rumbo y marcharse de ahí, pero fue precisamente cuando Tak le dió acceso.

— ¡Bien, puedes entrar! 

Nomás vió el interior de la casa se lanzó hacia éste, sin importar a quien podía llegar a arrollar en su trayectoria.

La de cabellos morados cerró la puerta, y por la ventana vió como los gnomos insistían en su puerta durante unos segundos y después disponían de regresar a sus lugares.

— Tal vez tenga que reducir su agresividad. No quiero volver a ver un perro muerto cuando salga en la mañana — Recitó recordando tal escena que había acontecido hacía un par de días. Escuchó quejidos detrás de ella

— . . . T. . . ¡¿Qué mierda te pasa, Tak?! —Escupió poniéndose de pie, encarando a su contraria.

Sin embargo el UCI de ésta se interpuso antes de que llegara más lejos, haciendo retroceder nuevamente a su lugar al humano.

La fémina rió entre dientes

— Está bien Mimi, yo puedo con esto. — El robot hizo una pose militar y se hizo a un lado. Gir y Minialce iban desenvainando otro paquete de palomitas instantáneas. — ¿Qué me pasa de qué? — Interrogó sonriente, fingiendo inocencia.

— ¡Me dejaste ahí afuera aún sabiendo lo salvajes que son tus gnomos! ¡Me pudieron haber matado!

— El chocolate mata perros, mas no humanos. — Exclamó, Dib comprendió a qué refería, pero no pudo evitar sentirse indignado.

— ¿Ya los has probado en humanos?

— No, pero confío en mí. — Impugnó orgullosa.

— Eres peor que Zim. . .

— Corrección: Soy mejor que él. — Debatió — Estoy segura de que él nunca fue una amenaza real como mis simples gnomos. — Presumió

— Sí lo era, aunque tú no lo creas — Refutó, visiblemente molesto tanto por la carrera que fue obligado a dar, como por el simple hecho de que hicieran menos a su Zim. 

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