Capítulo cinco

501 32 4
                                    

Al llegar al edificio lo único que puedo pensar es en aquel hombre que se desintegró frente a mis ojos, su cara estaba llena de ira, se había enojado mucho al saber que me había salido con la mía y en cambio yo estaba al borde de la locura, la adrenalina y las ganas de seguir viviendo me impulsaron a pelear y llegar a ver una vez más la luz del día.

Llego a casa y pongo la bolsa de comida en la mesa, me siento en el mueble y respiro profundamente, luego de que pasaran dos segundos me levanto de nuevo y agarro una lata de atún y salgo del edificio.

—he estado mucho tiempo en este edificio como para quedarme un rato mas aquí —me digo a mí mismo—.

El sol está en su máximo esplendor, miro mi reloj y veo que son las 12:30 del día, el calor me abraza lentamente y comienzo a sudar, lo ignoro, paso por una tienda de víveres y me detengo pero luego recuerdo que todas estas tiendas ya fueron saquedas y sé exactamente que es lo que me espera allá adentro, la oscuridad y los otros.

Llego hasta el almacén de la ciudad, una gran mercado muy conocido donde siempre solía a ir a jugar en las máquinas tragamonedas.

—valla recuerdos—digo—, eran hermosos recuerdos.

Solía perder mi tiempo con esas máquinas porque jamás gané nada, Ana era la niña de la buena suerte. 

La recuerdo, su sonrisa, sus ojos mezclados con el horizonte que poco a poco se hunden en el mar de la dulzura y de todas las cosas que aún tienen importancia para mí, me pregunto donde estará y un montón de ideas vienen a mi cabeza como águilas asesinas, volando rapidamente e intentando arrancarme la cabeza de un solo mordizco. Luego de que la pierdo vuelvo a la realidad.

—no, yo sé que Sara la protegerá, no le va a pasar nada.

Ella se convierte en la protectora de la niña de los ojos con el color del universo, ambas están bien, contando las estrellas del cielo y esperando mi llegada, estan escondidas, detrás de un almacén de comida, detrás de una gran caja de herramientas para carros, en un hotel de cinco estrellas que fué abandonado hace tiempo. Sara es muy lista, ha reforzado las puertas y ha pegado las ventanas con pegamento fuerte, ha agarrado algun arma o un bate de béisbol como el que usé ese día contra el niño/a mounstro y me están esperando, como la capitana espera a su soldado o como una esposa espera a su esposo que se encuentra en la guerra, él fué llamado para convatir a seres oscuros que han aparecido de la nada.

No he visto a nadie desde que escapé del hotel, después de que viera como mataban a aquel anciano, la vida me ha dejado solo o tal vez han sido ellos, se han devorado a todos en la ciudad menos a mí, o quizá el resto de los sobrevivientes tengan tanto miedo de salir que siguen escondidos en las sombras de la ciudad, donde los otros no pueden entrar.

—quisiera hallar a alguien, me cancé de hablar conmigo mismo, parezco loco— quizá ya lo esté—

Entonces es cuando escucho un ruido, algo como si alguien se cayera y chocara contra la puerta de algún auto, arqueo una ceja y dejo de caminar para poder escuchar mejor.

Son latas, el ruido de latas siendo arrastrados.

—por fin, otro sobreviviente—le digo al suelo, a las nubes o al sol—.

Seremos esa persona y yo contra el mundo, podría necesitar mi ayuda, o quizá sea una trampa (me dice mi voz interior), podría serlo, sería el ratón que camina por el queso y que no sabe que hay una gran trampa arriba de su cuello listo para matarlo.  

Pero no puedo pasar toda mi vida como un cobarde, lo que hice hoy me demostró quien soy realmente, soy un luchador, uno que ha tomado la desición de pelear. 

Agarro el revolver y le quito el seguro, mis ojos se entrecierran y camino con mucho cuidado, no he tenido la oportundiad de comer y pueda tener la valiosa oportunidad de compartir mi comida con algún sobreviviente. Me escabullo y me detengo cerca de una pared, apoyo la espalda y coloco mi arma cerca de mi boca (como una detective), escucho el sonido de una lata cayendose y entonces me doy media vuelta y salgo con vista al callejón sin salida.

Un hombre se encuentra parado justo delante de mí, se encuentra de espaldas y lleva un sombrero puesto, el sol le la en toda la espalda así que puedo determinar con exactitud de que es un humano como nosotros, sin embargo él no se mueve. 

—disculpe—le digo al hombre—conteste...oiga.

Mis manos me tiemblan, el revolver sube y baja sin parar mientras revisan el cuerpo del hombre, pantalones de vestir, camisa rota y rasgada, brazos con algunas heridas pero no creo que sean rasguñadas.

—le estoy hablando—mi paciencia me comienzo a abandonar—. 

El hombre comienza a dar media vuelta, entonces en ese momento veo sus ojos bien abiertos, el sudor cayendo por su cara hacia el bigote que lleva, sus manos secas y llenas de cayos, era como un cadáver viviente, sin embargo hay algo que aún es humano, sus ojos, la puerta del alma que hace que el ser humano sea como es, vivo, listo para todo, implacable, sin ataduras, libre.

Pero él sigue sin moverse una vez que me mira directo a los ojos, comienzo a caminar hacia él y parece que me quiere decir algo pero un silencio escapa de sus labios rosados. 

El hombre levanta su mano y en eso observo algo colgando de sus hombros, algo que hace que esté de pie. Son sogas, sogas que lo atan al suelo y a la pared de atrás y que lo mantienen inerte, pero su boca no ha sido cerrada, como es que no puede hablar.

Me acerco esperando alguna clase de trampa pero no sucede nada, al parecer es mudo, pongo ambas manos en las sogas y tiro de ellas para poder sacarlo de ahí, ha caído en una especie de trampa. Como una rata, una plaga que ha caído en las redes del enemigo. Entonces el hombre levanta sus manos y me agarra con mucha fuerza, mis pulmones se contraen y ciento como todo se hace pequeño.

—que rayos...

El hombre forcejea y yo intenta salir de sus brazos, entonces el hombre y yo caemos al suelo y él comienza a ser halado hacia el interior de un cuarto donde una puerta se ha abierto, estoy siendo arrastrado, sobre las garras de lo que era una trampa humana, agarro su rostro pero él no se inmuta, no dice absolutamente nada. Soy la presa, me enojo al saber que la oscuridad está casi sobre nuestra cabeza, el cuarto es oscuro y estoy completamente seguro de quienes son los que estan halando de la cuerda.

—suéltame, no sé porque lo haces pero deja de hacerlo, ellos no te ayudará, tú eres como yo.

—no—el hombre habla por fin—ellos dejarán libres a mis hijas si les traigo un sacrificio.

Los segundos de mi entierro están casi parpadeando, se abre una bomba que está a punto de estallar sobre un campo de maíces recien cosechados, un mundo de cristal que es cubierto por una roca de diamante puro, la oscuridad se cierne sobre mis ojos y la luz me abandonda, puedo verla sobre mis pies y la gran línea de luz se cierra lentamente.

Entonces el hombre y yo nos levantamos juntos y quedamos colgando de alguna especie de arnés, quedamos suspendidos sobre el vacío interminable, como pescados recién pescados, como el ganado que ha sido seleccionado para poder matarlos para la cena.

Le han mentido al pobre hombre y hemos sido tragados, ahora ellos nos miran, puedo sentirlos, el hombre traga saliva y me doy cuenta de que está temblando. Libero una de mis manos y la coloco sobre el hombro izquierdo del hombre, el forcejea pero logro liberarme, caigo al suelo como un costal de papas y entonces estoy listo para lo peor.

—te han mentido, nos van a matar a ambos.

Los Otros #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora