Capítulo diecisiete

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Si desaparecieran todos los insectos de la Tierra, en menos de 50 años desaparecería toda la vida. Si todos los seres humanos desaparecieran de la Tierra, en menos de 50 años todas las formas de vida florecerían.

Jonas Edward Salk.

Salgo corriendo de la habitación y tropiezo con Silvia, ella ha caído al suelo y ha soltado el arma que llevaba en las manos, ambos nos miramos por un instante sintiéndonos las últimas personas sobre la Tierra, sus ojos ruedan de los míos y se pone de pie.

--hay que irnos, son demasiados.

--creí que íbamos a pelear-- le digo, hemos encontrado una casa y hemos formado una familia, solo para que los otros vengan y lo destruyan todo--.

--es una idea suicida, son demasiados.

--tenemos municiones, no creo que rendirse y salir corriendo sea una respuesta.

--entonces, dame una respuesta ahora...-- sus ojos ahora me están quemando vivo junto con esa respuesta, debo pensar, alguna idea que acabe con ellos antes de que nosotros nos pongamos en peligro--.

Cada uno de nuestros pensamientos nos dejan de repente, ignoramos lo que está pasando por un breve instante, quizá el más eterno que he tenido desde hace mucho tiempo, ella espera una respuesta, bajo esos ojos sé que tiene miedo de escuchar mis palabras, lo que creo que tengo en mente, una idea suicida, uno que nos ponga en riesgo a todos, quizá escapar sea la mejor opción, huir hoy para pelear mañana, darnos otra oportunidad para ganar, sin embargo mis recuerdos comienzan a torturarme, el más reciente es el de mi mamá, recuerdo sus ojos y su hermosa sonrisa que me alegraba hasta los peores días de mi vida.

Era como la luz dentro de las tinieblas, al igual que mi hermana ella era como mi ángel, sin embargo ya no está conmigo, quizá ya no esté en este mundo. Entonces es cuando mi mente crea una escena en blanco y negro, las gotas de lluvia chocan contra el suelo rápidamente, observo el cielo gris encima de mi cabeza y luego mis ojos ruedan hacia un árbol que se encuentra cerca de mí, observo como las personas lloran al lado mío, entonces es cuando algo aparece delante de mí, un ataúd de casi dos metros de color café, hecha de la madera más resistente jamás creada por la naturaleza. Trago saliva y me da miedo abrir aquel ataúd pero sé exactamente de quien se trata.

Es mi padre.

Ahora mi mamá se encuentra acompañándolo, sus días de tristeza se han ido para siempre, la paz ahora es su mejor amiga, la tranquilidad ha entrado en su cuerpo y la ha comenzado a moldearla de nuevo, puedo ver sus ojos desde donde quiera que ella esté, miro hacia arriba, sé que ahí está, en el cielo, junto con las estrellas que aparecen en el firmamento y que me dan las esperanzas que necesito.

--papá, mamá, cuidaré de Ana, lo prometo.

Silvia me mira, no creo tener más tiempo que el que ya he gastado en perderme en el otro mundo, entonces es cuando André aparece detrás de ella con una gran escopeta y algunas granadas en su correa, todos se han puesto sus uniformes del SWAT y sus chalecos anti balas.

-- ¿Qué hacemos Scott? --me pregunta ella, insistiendo--.

--las granadas, los mataremos a todos de una.

--pero es una misión suicida.

--no lo será para todos, les daré tiempo para escapar, vallan.

--no-- me dice ella con un gesto muy frío--, Ben, eres el líder de reemplazo, llévalos a todos por los túneles de escapes, agarren armas, ropa y comida en las maletas y váyanse a la estación de trenes en el bosque, luego los alcanzamos.

--espera, ¿alcanzarlos?

--voy contigo...

Silvia le da la orden a Ben y él sale disparado del lugar a avisarles al resto, nos hemos quedado solos de nuevo dentro de un mundo que se cae a pedazos, Silvia agarra el cinturón lleno de granadas fuertemente y las inspecciona muy rápido como si quisiera buscar algo que jamás va a hallar.

Los Otros #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora