Capítulo cuarenta y siete

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Silvia

Observo a las personas pasar, historias distintas que se cuentan dentro de cada ser como un poema que se desvanece gracias al viento. Todos ellos son sobrevivientes, no de alguna plaga, virus o ataques alienígenos, sino de algo muy parecido donde prácticamente puedo combinarlas todas, han sufrido al igual que nosotros y se las han tenido que arreglar para seguir con vida.

Ahora se encuentran a salvo, por alguna razón yo me siento insegura, no por el hecho de que Scott se encuentra hablando con el comandante en este momento sino porque siento algo oscuro y frío que rodea todo este lugar. No suelo ser asustadiza, siempre fui una de esas personas que prefieren encararle a la misma muerte a esperar dormida el tiempo de partir sobre una cama de cristal.

Un señor me mira fijamente mientras camino y lo ignoro, sus ojos se clavan en mí y siento como la bilis sube por mi garganta, algo aquí anda mal.

-¿sienten eso?-murmuro-.

-¿Qué cosa?-me pregunta Ben, él se encuentra observando las ventanas de las casas, todas ellas adornadas por macetas llenas de flores-.

-me está dando escalofríos...

-tranquila, no va a pasar nada, ya verás que Scott arreglará este asunto y nos podremos quedar a vivir en este lugar.

-¿vivir?-le pregunta Stuart rápidamente-, no entiendo, ¿nos quedaremos aquí para siempre?

Todos nos detenemos.

Ana me mira, sus ojos son tan lindos como las estrellas del firmamento, ella es como el diamante en bruto de Scott, su propósito de seguir con vida y la razón del porqué no se convirtió en un monstruo aquella noche. Es su ángel y, aunque parezca muy extraño, su salvadora.

De repente el ambiente se vuelve turbio. Stuart lo fulmina con la mirada a Ben, André no sabe por qué nos hemos detenido de repente casi a mitad de la calle, Rutherford comienza a temblar y se agarra el cuello para rascarse, sus ojos me lo dicen todo: está asustado.

-sí vivir, no nos queda muchos lugares en este planeta como para vivir sin el miedo a que lleguen esas cosas en la madrugada a matarnos a todos. Acuérdense de la granja, era un bonito lugar hasta que aparecieron esos sujetos y luego los monstruos con garras y esas cosas...nuestro planeta ya no es seguro.

-lo sé-le interrumpo antes de que alguien diga algo y terminemos peleando-, pero hay algo en este lugar que me tiene con dolor de cabeza.

-a mí también-me apoya Rutherford-, este lugar da escalofríos.

-no sean adefesiosos-nos dice Ben-, estamos en una súper fortaleza con otros sobrevivientes, es imposible que los monstruos nos ataquen. Hay guardias por todas partes.

Giro mi cabeza varias veces hacia algunas direcciones distintas y veo a las personas caminar, algunas de ellas hablan con otros y comienzan a reírse, un carro militar pasa de vez en cuando por las calles del lugar y los guardias vigilan cada puerta de la fortaleza con sus armas cargadas.

Debería tranquilizarme pero no puedo hacerlo, recuerdo a la Yo de hace mucho tiempo, a la Silvia de la noche en la que todos mis seres queridos murieron frente a mis ojos y lo único que puede hacer era tragarme la realidad lentamente y llorar, lloré mucho y me consumí por dentro hasta quedar vacía. Luego aparecieron las pesadillas que me acosaban de noche y no me dejaban dormir y al final aquel miedo que sentía se esfumó dejando una carcasa vacía...

-solo no me siento segura, eso es todo-le digo, mis palabras son tan frías que lo he congelado por completo-.

-lo siento-Ben se disculpa, algo muy raro en él-, intentemos encontrar algún hogar desocupado para que descansemos...

Los Otros #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora