Capítulo cuarenta y cuatro

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La ciudad es grande, los edificios son silenciosos y los rayos de sol son tan claros que apenas alcanzo a ver el cielo celeste, no recuerdo exactamente esta sensación que siento ahora, el sentimiento de un nuevo amanecer, las personas solían decirme ilusionado o soñador, yo solía decirles casi lo mismo. Ahora me doy cuenta de que tenían razón.

Miro hacia la ventana de uno de los edificios y trago saliva al escuchar que algo se rompe adentro, mi imaginación se despierta pero es invadido por la jodida realidad, no creo que hayan monstruos en estos lugares, las casas son muy iluminadas y las sombras son escasas, no hay forma de que esas cosas sobrevivieran en un ambiente de este tipo. Camino a pasos no tan veloces y mantengo mis cinco sentidos muy despiertos, el olor a margaritas me invade y un recuerdo llega a mi cabeza, es prácticamente el mismo olor que sentí cuando conocí a Silvia, la chica que no les contaba sus secretos a muchas personas, por miedo o tal vez odio.

Los últimos dos días han sido los más largos de toda mi vida, el tiempo se ha congelado tantas veces que he tenido que hacer cosas no tan rutinarias para hacer que salga volando, como jugar con mi hermana a las escondidas o sentarnos a contar estrellas bajo el cielo estrellado, la resistencia se ha formado de nuevo en otra ciudad y nos están esperando pero aún no puedo ir, primero debo encontrarlos...

-esta ciudad es tan silenciosa que escucho el eco de mi voz por todas partes-me dice Ana, ella lleva puesta una camisa de mangas largas y un gorro para la nieve (aunque prácticamente ya hemos salido de ella)-.

-lo sé, el silencio debe ser como nuestro mejor amigo

Llegamos hacia el aeropuerto, un lugar bastante grande, con decenas de aviones abandonados y esparcidos por todo el lugar, las puertas habían sido abiertas con mucha prisa y las personas corrían de aquí para allá intentando salvarse de los otros. Aún puedo sentir los gritos de la gente por las frías y blancas paredes que circulan por todo el lugar, la sangre sobre las ventanas, los bancos incendiados, en este sitio hubo una guerra por la supervivencia que acabó en la completa extinción de la humanidad.

-¿podemos descansar?

-claro pequeña, saca la botella de agua de tu maleta y nos sentaremos un momento.

-gracias.

Ana se sienta en uno de los bancos y comienza a tomar agua, un suspiro sale de mi boca como el fantasma de mi pasado, quiero regresar a casa y terminar con todo esto, de hecho siempre tuve la necesidad de ir a mi cama a dormir tranquilamente esperando con anhelo a que el día de mañana sea mejor, sin embargo tuve que llevar mi miedo hasta el borde de la locura.

El metal se esparce por mi brazo y llega hacia mis dedos, observo la materia viva dentro de mi cuerpo y siento algo de miedo otra vez, sigo sin entender cómo es que todo esto está pasando.

-tienes tu propia armadura-me dice Ana-, como un superhéroe.

-no me gusta mi armadura

-¿por qué?

-es muy fría y además pesada, me cuesta trabajo correr con todo esto en mi cuerpo.

-lo sé, vi cómo te movías ese día.

Ana pudo apreciar toda la pelea que se había despertado en la resistencia del norte, ella vio como mataban a Sara y sintió ese deseo que se quiebra dentro de su pequeño cuerpo, ahora ella parece haberlo superado pero algo me dice que simplemente lo está oprimiendo, como el amor en ciertas ocasiones que debe ser reprimido para que nosotros podamos seguir adelante.

-¿Qué sientes cuando la controlas?

-siento algo de nostalgia, extraño nuestra antigua vida.

-¿quién no?

Los Otros #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora