Capítulo veintiocho

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Sara

La carretera se extiende hasta lo largo del horizonte justo donde el cielo y la Tierra se tocan para que nuestro camino parezca eterno aunque solo fuese una ilusión. Si nosotros tomamos la ruta larga llegaremos en poco tiempo puesto a que el bosque hubiese sido una mala idea, entonces ¿es seguro ir por aquí?, sin embargo me doy cuenta de que ya no existe ninguna zona segura por aquí salvo la resistencia que nos prometió el hombre en la radio con su voz media ronca.

Camino junto con Ana siguiendo a Rubén, el hombre que apareció de repente, lo noto algo alegre y he evitado hablar mucho con él desde que lo encontramos. Me he dado cuenta de que lleva un tatuaje muy raro en el brazo, algo así como una especie de dragón o una serpiente con espinas en la espalda, el sol nos pega justo en el cara y nos estamos cansando poco a poco.

Llamo la atención de Rubén por un momento y él me mira con sus ojos rojos.

--dime --me dice, tiene una sonrisa bastante convincente en el rostro--.

--hay que tomar algo de agua.

-- ¿tienen agua?

--sí, debemos parar un rato.

--está bien.

Suspiro, abro la maleta y meto mi mano para encontrar la botella de agua semi vacía, mis dedos tocan la cuerda y la navaja y tengo mucho cuidado al momento de que mi piel pasa por la hoja afilada, ¿para que poner el agua cerca de la navaja afilada?, algo tonto ¿no creen?

Mis dedos por fin tocan algo helado encerrado en una botella de plástico y entonces mis ojos se abren. Saco la botella de agua y se la doy a Ana, ella lo recibe con mucho gusto y comienza a beber. Él me mira y yo trato de no devolverle la mirada, ¿nosotras lo hemos encontrado o él nos ha encontrado a nosotros?, ¿Quién es este tipo en realidad?---comienzo a divagar en mi mente, abro mi cabeza como si fuese un mapamundi y los recuerdos llegan a mí como mensajes que vuelan en el aire.

Sara, solo hay 2 mil millones de humanos vivos aún, no lo eches a perder.

--entonces, ¿Cómo lograste sobrevivir a los primeros meses después de que todo esto comenzó? --le pregunto para cerrar ese silencio que había entre nosotros--.

--es curioso esa pregunta, supongo que me escondí como todo el mundo --señala con su dedo índice hacia los edificios--, allá ¿ves?, en el techo del edificio más grande.

-- ¿y la comida?

--eso jamás fue un problema.

Rubén inclina su mano hacia mí, desde que ha venido se ha comportado muy bien con nosotros, hace algunos meses que no he encontrado a alguien tan amable como él, solo gente que corre y buscar aplastar a los demás a su paso para no morir en el camino. Le llaman supervivencia del más fuerte.

-- ¿te llevo la maleta?, así te cansarás menos.

--gra...gracias --se la entrego--.

Ana me da la botella de agua y se seca los labios con la manga de su camisa rosa con esas flores blancas, lo único militar que veo en ella son sus botas y su pantalón de camuflajes que hallamos en la estación de los del ejército.

-- ¿quieres? --le digo a Rubén--.

--no, gracias --niega con la cabeza--, acábatelo todo.

Las horas transcurrieron, tanto fue mi impresión que los segundos parecían pájaros que pasaban volando cerca de uno, el camino comenzó a hacerse estrecho hasta que nos tuvimos que detener, habíamos llegado hacia lo que parecía ser una plaza, estábamos en medio de 4 grandes edificios que se juntaban para que el sol no pasara en sus dominios y los árboles hacían el trabajo de llenar los huecos que no cubrían, las enredaderas subían por las ventanas y por los autos tumbados por todas partes. A mí siempre me ha gustado esta clase de paisajes hundidos por el tiempo y abandonados por el ser humano, donde la naturaleza y la civilización se cubren bajo el mismo manto frío y suave hasta que quedan unidos para siempre. Sin embargo comienzo a tener escalofríos porque sé exactamente qué es lo que va a pasar si no estamos en el sol.

Los Otros #1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora