Capítulo 41

84.1K 4.6K 1.7K
                                    

Acacia.

Miro al hombre que yace muerto en el piso, acabo de matar a un hombre y no me arrepiento, no siento lastima, no siento pesar, no me duele.

Al contrario, me siento aliviada, una parte dentro de mi se siente en paz de haberlo hecho. 

Los recuerdos al tenerlo frente a mi fueron los mismos recuerdos que me obligaron a disparar, las veces en donde implore porque no me lastimara, las veces en donde le pedí que me dejara, que no me tocara, que no fuese brusco conmigo, las veces en donde solo le pedí que me ayudara a salir del burdel, aquellos horrorosos recuerdos fueron los mismos que me hicieron querer venganza, los mismos que me hicieron disparar, los mismos que en este momento celebran que él esté muerto. 

Miro a los hombres de Agapios quienes están encargándose de los cadáveres. 

-¿estás bien?- Agapios pregunta mientras se acerca, recuerdo que le dije que quiero encargarme de Cibran y él no me negó la oportunidad, apoya mi ideal. 

-sí- respondo mientras sonrío, sonríe también y se acerca mientras toma mi barbilla con su mano, deja un beso tenue en mis labios.

-lo hiciste de maravilla- suelta y esas palabras me hacen sonreír con orgullo.

-que el mismo Dios de la tortura esté diciéndome eso es un halago para mi- suelto y vuelve a besar mis labios.

-debo de darte un diploma- suelta.

-me conformo con que me des toda la noche- respondo y eleva una ceja mientras sonríe. 

-no bromees que se te vuelve realidad- sus manos acunan mi rostro y sus ojos coinciden con los míos. 

-no estoy bromeando- aclaro y sus ojos de inmediato toman aquel toque perverso que siempre que tenemos sexo toman, es insaciable tanto como yo lo estoy siendo últimamente. 

Está a punto de responder pero Neo lo llama así que termina alejándose de nuevo, me mantengo de pie solamente mirando lo que hacen, los hombres de Agapios limpian como si ya estuviesen acostumbrados a hacer esto y no puedo evitar no pensar en que esto es solo el inicio de todo lo que se aproxima. 

Quiero venganza, quiero ver a los hombres que me lastimaron rogando por un poco de misericordia, quiero que aquellos hombres que pagaron por mi cuerpo, que abusaron de mi, aquellos hombres que solo me vieron como un trozo de carne, quiero que todos y cada uno de ellos pague por todo, quiero ser yo quien termine con ellos, quiero venganza, cada poro de mi cuerpo lo anhela, anhela hacer pagar a todos, anhela justicia de mano propia.

¿Me desconozco? lo hago, pero también está la parte en mi interior que arde en un ambiente de tortura, disfrute el ver a este hombre rogando por su vida, disfrute ver su rostro lleno de miedo, miedo de no saber lo que pasaría, amé ver como una pequeña esperanza se pintaba en sus ojos al imaginar que seguramente lo dejaría ir pero amé aún más ver como esa esperanza se iba al saber que no lo perdonaría, amé eso, el terror, el miedo, sus suplicas, me sentí poderosa, fuerte, me sentí como no me había sentido antes, me sentí como me hubiese gustado sentirme en el burdel. 

La música resuena afuera, se escuchan los gritos de los hombres dando palabras a las mujeres que seguramente estaban bailando, no puedo evitar no recordar mis presentaciones en Casa de muñecas. 

Ser Medusa tuvo sus ventajas, me ayudó a sentirme poderosa en más de una ocasión, pero, lamentablemente no de la manera en que a mi me hubiese gustado. Medusa forma parte de mi, al igual que Acacia y ahora también Afrodita. 

Camino un poco hasta la puerta aquí y la abro solo un poco, la abro dejando solo una pequeña rendija en donde puedo ver al exterior, miro a los hombres anonados con las mujeres que son explotadas en el sitio, miro como todos no despegan sus ojos de ellas, como las tocan, como se frotan sus asquerosos miembros sin dejar de mirarlas, cierro la puerta sin querer seguir mirando. 

Dueño de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora