Pequeño extra

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Narrador omnisciente. 

El sitio entero se encuentra en completa iluminación, la armonía, la paz y el silencio emana por completo de aquel sitio que desborda luz. 

Se siente como si fuese el maldito cielo. 

Corrección, es el maldito cielo. 

La mujer de cabellera castaña avanza mirando todo con curiosidad y al mismo tiempo nerviosismo, sabe que esto es solamente un sueño pero aún así no logra entender qué es lo que sucede, sus pies descalzos tocan el piso de mármol debajo de ella, logra reconocer que se trata de una hermosa mansión, tan grande y luminosa, tan grande y cálida, tan grande y jodidamente hermosa que se siente como casa. 

Sus ojos grises recorren cada pequeño espacio que su vista le permite, sus manos tocan con cautela algunos de los arreglos en el sitio aunque estos se esfuman ante su tacto haciéndola lucir aún más confundida de lo que ya estaba antes. 

No logra explicarse que hace ahí. 

Busca a su esposo, a sus hijos, a su hermana, busca a alguien que logre explicarle que es lo que pasa pero lo único que encuentra es silencio y paz, demasiada paz. 

El vestido blanco que lleva encima la hace lucir como una diosa, aunque, en realidad, siempre lo ha sido. 

Acacia camina con lentitud y cautela y es hasta que finalmente la hermosa melodía de un piano comienza a resonar en toda la mansión, se mantiene quieta por algunos minutos dejando que aquella melodía penetre en sus oídos, paz, eso es lo que todo este escenario le da. 

Sus pies comienzan a moverse en automático, camina por un enorme y extenso pasillo, sus ojos grises no se despegan de aquella puerta blanca al final de este, puerta que parece cada vez está más lejos, camina y camina pero parece no llegar a ella, es como si esta se alejara cada vez más en lugar de acercarse. 

La melodía sigue taladrando en sus oídos, aquella música se cuela en su sistema que un pequeño escalofrío la recorre de pies a cabeza y es hasta de un momento a otro cuando finalmente la manija de la puerta esta en su mano, mira como su pequeña mano se empuña en aquella perilla blanca, logra percibir la melodía proviniendo de esta, los nervios comienzan a hacer acto de presencia y no logra entender porqué, pero, tal como si supiera que hay alguien especial del otro lado de la puerta acomoda su cabello y el enorme vestido blanco que lleva encima, toma aire, lo retiene por algunos segundos y finalmente lo deja salir como un pequeño y nervioso suspiro. 

Sus ojos se cierran por algunas milésimas de segundos y finalmente su mano vuelve a tomar la perilla que comienza a abrir la puerta con lentitud. 

La música logra apreciarse aún más que antes, sus oídos se llenan de aquella melodía resonando en toda esa habitación, se adentra con lentitud a esta, sus pies se mueven de manera lenta dando un paso tras otro, quiere ser sigilosa y pasar desapercibida para no molestar a la persona que está sentada frente a un enorme piano blanco. 

Aquel hombre toca con pasión, las teclas se hunden creando la música que él ordena, el ambiente de paz no desaparece, por el contrario este solo aumenta, la música hace que el ambiente sea cálido, la música hace que todo a su alrededor sea tan liviano, tan ligero, tan ameno. Acacia solo se queda de pie mirando al hombre que sigue deleitando la habitación con música, no hay palabras, no hay movimientos, solo se queda estática mientras sus ojos grises miran al hombre que porta un traje blanco. 

Y es lentamente y hasta después de unos minutos cuando la melodía termina, la última nota es dada y después de esta el silencio se hace presente, el silencio alberga y ninguno de los dos se atreve a decir o hacer algo. 

Ambos tragan los nudos que se han creado en sus gargantas, ambos están nerviosos, ambos temen. 

El hombre que no se había inmutado ni un poco finalmente comienza a ponerse de pie con lentitud, antes de girar a mirar a la castaña detrás de él limpia algunas lágrimas que han logrado salir de sus ojos para rodar por sus mejillas, toma aire y finalmente gira. 

Una mirada azul grisácea y una mirada gris coinciden, ambos tienen los ojos cristalizados y los nervios a flor de piel. 

Ambos comienzan a acercarse lentamente, con pasos pequeños y pausados hasta que finalmente quedan uno frente al otro. 

Las similitudes entre ambos son tantas que nadie podría dudar que ambos son padre e hija. 

Aquel cabello castaño, aquella piel canela, aquellas facciones en el rostro tan marcadas, con una única diferencia, de que las miradas de ambos son diferentes, él un azul grisáceo que emana misterio y ella una mirada gris que emana hipnosis, ambas miradas iguales de poderosas y embriagantes. 

Él la repara de arriba a abajo asegurándose que está bien asimismo asegurándose de que es real y no una alucinación. Ella lo mira sin creer que finalmente lo tiene frente a ella, tal como algunas veces deseó. 

Ninguno dice nada y solo se miran sin poder creer que el destino y la vida les dieron la oportunidad de al menos verse por una vez. La primera, única y última vez. 

Acacia sin poder evitarlo termina soltando el sollozo que amenazaba en su garganta dando paso a las lágrimas que comienzan a desbordarse por sus mejillas, sin poder contenerse se lanza a los brazos de Keelan Lincer quien no duda ni por un solo segundo en aceptarla haciendo que las lágrimas salgan también, se aferra con tanta fuerza a su hija mayor, besa su cabeza repetidamente sin poder creer que finalmente tiene a una de sus hijas entre sus brazos, sin poder creer que finalmente puede verla, conocerla y abrazarla, tal como deseó hacerlo mucho tiempo atrás. 

Acacia oculta su rostro en su pecho y deja que él la envuelva entre sus brazos, el cariño y amor que él emana la hace sentir en paz, la hace sentir segura y protegida, las lágrimas aumentan más al saber que tarde o temprano va a despertar de este sueño y por primera vez en mucho tiempo odia a la vida y al destino por no darle oportunidad de poder aprovechar aún más de esto. 

Ninguno de los dos dice algo, no hay palabras suficientes para poder expresar todo aquello que se han guardado y no hay mejor manera de transmitir eso que el abrazo que envuelve a ambos.

-soy Acacia- la voz de la castaña sale entrecortada y tartamudeante después de unos minutos, no se separan y no se sueltan- soy tu h...

-hija- interrumpe él terminando la frase- lo sé. 

No dicen más, dejando que el silencio se apodere de la habitación una vez más. 

La paz se cuela en ambos y se convencen de aprovechar esto al máximo. 

Él abraza a su hija, besa su coronilla una tras otra vez mientras soba su cabello. 

Ella deja que él la llene de besos y la abrace con fuerza. 

Ambos aprovechan este momento lo más que pueden, porque ella sabe que cuando despierte él se esfumará y él sabe que cuando ella despierte se irá. 

Acacia aprovecha cada segundo entre los brazos de su padre. 

Keelan aprovecha cada segundo con la cercanía de una de sus hijas. 

Ambos aprovechan aquella oportunidad que la vida les arrebató, aunque esta pequeña oportunidad sea de solamente unos minutos. 

Minutos que para ambos serán más que suficientes, porque él finalmente pudo conocerla y ella finalmente pudo comprobar que todo aquello que decían es cierto. 

Keelan hubiese sido un buen padre para ella y Atenea.  

Dueño de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora