EXTRA, EXTRA

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Acacia Pride.

Meses después del epílogo de Dueño de ti.

Miro los papeles sobre la mesa, concentrada y enfocándome en que todo esté completamente en orden y preparado.

Estoy sumamente nerviosa por lo que se viene pero me recuerdo a mí misma que no debo estarlo, más bien, debo estar feliz.

La puerta del despacho de Agapios en la mansión se abre, una sonrisa se pinta en mis labios cuando noto a una pequeña adentrarse, miro a Xenia quien sonríe cuando me mira también, tomo asiento mientras sigo mirándola.

Trae consigo un plato con comida, mismo que coloca frente a mí logrando que la mire con el ceño fruncido.

—Cociné esto con ayuda de Cora —habla mi gemela menor—. ¿Quieres probar?

—Nunca podría decirte que no, cielo —respondo. Una sonrisa se hace presente en su rostro, sus ojos azules grisáceos brillan haciendo que mi corazón acelere sus latidos porque mis hijos siempre serán quienes logren cosas inimaginables conmigo.

Tomo el cubierto que deja y miro la comida en el plato, hay pollo, pasta, puré y un poco de ensalada.

Tomo un trozo de pollo y lo llevo a mi boca, de inmediato un centenar de sabores inundan mi paladar haciendo que un montón de fuegos artificiales se enciendan en mi interior mientras miro a mi hija quien me mira nerviosa, juega con sus dedos, muerde su labio inferior y espera ansiosa.

La miro, paso el bocado y veo como traga saliva. Con mi cubierto tomo un poco de puré, lo como también y la misma sensación de antes vuelve a hacerse presente.

¡Joder! Mi hija hace maravillas.

—¿Qué tal, mami? —pregunta con nervios, sus ojos muestran un tinte de curiosidad y temor.

—Cariño —comienzo mientras limpio mis comisuras para después tomar a mi pequeña y sentarla sobre mis piernas, peino su cabello, sigue mirándome nerviosa.

—¿Sabe mal? —pregunta—. Cora dijo que estaba rico pero Cora siempre me dice cosas lindas para alentarme.

La miro, nuestras miradas coinciden.

—Yo soy tu madre —agrego—, también puedo decir cosas para alentarte.

Sonríe, la sonrisa que me regala me recuerda a su padre porque mis tres hijos tienen la sonrisa de Agapios.

—Lo sé —responde, con un aire altanero que no puedo pasar desapercibido—, pero siempre nos has dicho que nos ayudarás a crecer —soy yo quien sonríe ahora—, y siempre nos corregirás cuando nos equivoquemos —señala el plato en la mesa—. Si me equivoco con esto entonces tú me lo dirás, para que así yo no vuelva a equivocarme y sea la mejor.

Acaricio su mejilla.

—Porque siempre vas a querer que nosotros seamos los mejores —asiento—, y para ser los mejores primero tenemos que cometer errores.

Niego.

—No siempre se cometen errores, muñequita —su ceño se frunce—. Algunas veces las personas podemos ser las mejores desde el primer intento —la confusión se aleja de su rostro—, tal como tú y este platillo.

Sus ojos vuelven a iluminarse.

—Está delicioso, Xenia —su sonrisa se agranda en una medida descomunal, le ha gustado la respuesta—. Haces comidas exquisitas, cielo.

Se lanza a mí, me abraza y no dudo ni un solo segundo en abrazarla con la misma fuerza, besando su coronilla y llenándola de amor.

—¿En verdad? —levanta el rostro para mirarme.

Dueño de tiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora