Permíteme llevarte a imaginar una vida al lado de Chris Evans
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Con tu atenta mirada ves como la pequeña caja blanca baja tierra abajo mientras tu hermano Reed, tu gran amigo Ben y tu ex esposo Jhonny se encargan de echar la tierra hasta cubrirla por completo.
Tus lentes oscuros ocultan todo tu dolor pues detrás de estos se encuentran unos ojos enrojecidos, llenos de lágrimas que escurren por tus mejillas, un rastro ardiente que luego se convierte en hielo cuando el aire frio te golpea.
Varias personas se acercan a darte consuelo pues un gran pedazo de tu vida, de tu alma, de tu ser, tu pequeña, tu hija, tu luz ahora estaba siendo enterrada, querías gritar, llorar, romper todo, si fuese posible destruirías el mundo entero.
En tus hombros cargabas el peso de la culpa; aunque no la tuvieras, todas las personas te repetían con toda sinceridad que la culpa no era tuya, pero ¿qué saben ellos?
No saben lo que es tener un hijo y que te sea arrebatado.
Es una gran responsabilidad, es cuidarlo, vigilarlo, amarlo incondicionalmente, es una parte de ti, una que siempre tendrá tu corazón, siempre te dicen que debes hacer cuando lo tienes, pero nunca te dicen lo que es perderlo.
Poco a poco las personas se van, dejando en la pequeña tumba flores de color rosa pastel, su color favorito, decía que era claro y no llamativo, su cuarto estaba pintado de ese mismo color, todas sus pertenencias eran mayormente de ese color.
Una vez que se han ido, te arrodillas frente la tumba, sorbes por tu nariz, sosteniendo un pequeño peluche, un dálmata, lo acercaste a tu nariz, su olor agradable invade tus fosas nasales, haciéndote recordar a tu hija.
Un ruido te hace ladear la cabeza, notando a Jhonny de pie a tu lado, no dijo nada, tú tampoco, no querías tocar el tema, el solo pensamiento de hablar te dolía en lo más profundo de tu ser.
Quitaste tus gafas dejando ver los ojos hinchados, e inyectados de sangre, el rubio se acerca a la lápida, pasando un dedo con suavidad sobre el mármol, soltando un suspiro antes de dirigirse a ti.
—¿Y bien? —su voz suena tranquila—, ¿por qué no la cuidaste?
—¿Disculpa? —alzas tu cabeza y lentamente te pones de pie quedando a su altura.
