Permíteme llevarte a imaginar una vida al lado de Chris Evans
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Gracias por sus mensajitos tan bonitos y sus felicitaciones, gracias por ser tanto para mi corazón.
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Me estiro en la cama, mi cuerpo relajado agradeciendo por una buena noche de sueño. El sol naciente entra por las ventanas de la terraza, pero una rápida mirada a mi teléfono me indica que son pasadas las 8 de la mañana. Algo que amo de estas fechas es como la noche dura más.
Al levantarme frunzo el ceño cuando no veo a Ari; las mantas y la almohada están perfectamente dobladas y colocadas en uno de los sillones, y el sofá cama está plegado de regreso a ser un sofá.
Camino hacia el baño y golpeo la puerta, pero no hay respuesta; tampoco hay ningún sonido que venga de adentro, así que abro la puerta solo un poco para encontrar el baño vacío.
Me encojo de hombros y tomo mi toalla; abro el grifo de la bañera y bailoteo un poco mientras me cepillo los dientes, dispuesta a disfrutar de un delicioso baño de burbujas, cosa que nunca antes había podido hacer.
Cuando la bañera está llena me desvisto y dejo la ropa colgada en los pequeños percheros junto con mi toalla y el cambio de ropa, antes de suspirar emocionada y entrar en el agua caliente. Coloco un poco de música en el teléfono y suelto mi cabello disfrutando de la sensación de las burbujas a mi alrededor.
Suspiro y mi sonrisa solo parece crecer; un buen baño luego de una noche de sueño reparador y estaré lista para dejar mi creatividad fluir en las páginas finales del libro que debo terminar.
O podría quedarme aquí en la bañera para siempre.
Me sobresalto y un quejido abandona mi boca cuando la puerta se abre; mi cuerpo se entierra más bajo el agua con la esperanza de que las burbujas y la espuma sean suficientes para ocultarme de los ojos de Ari, el cual me observa asombrado en el umbral de la puerta.
—¿No sabes tocar? —pregunto en un grito enfadado.
Él pestañea rápidamente y se gira, su mano masajea su nuca y puedo ver desde el espejo sus ojos cerrados.
—Lo lamento, yo... pensé que habías salido, no escuché nada —él niega y aclara su garganta.
—No viste nada, querrás decir —murmullo con dureza, pero su silencio y sus hombros tensos me indican lo contrario. Respiro profundo y siento mi rostro calentarse—. Sal.
Él asiente y sale del baño sin girarse, la puerta se cierra y mi vergüenza y enojo aumentan hasta que soy incapaz de volver a disfrutar de lo que se suponía fuese un baño relajante y un inicio de día perfecto.
