Permíteme llevarte a imaginar una vida al lado de Chris Evans
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El tiempo era algo que normalmente infravalorábamos.
Pasábamos la vida corriendo, pensando que en algún momento todo se detendría por nosotros. Sin embargo, no nos parábamos a pensar que el tiempo pasa y que no espera, que los sentimientos se debilitan y las relaciones se desgastan.
Tú y Chris habían empezado una relación hace tres años, se habían conocido durante una exposición literaria y te habías sentido atraída hacia él desde que reconociste que detrás de sus orbes azules escondía una personalidad que los tablones no hacían justicia.
Porque sí, tenía unos ojos azules que hacían tus piernas flaquear, tenía una sonrisa que era capaz de iluminar el más oscuro de tus días y un cuerpo al que el tuyo simplemente no se podía resistir. Sin embargo, era decepcionante como no comunicaban que su mirada era la más sincera y compasiva, que su sonrisa solo era la superficie del sentido del humor que ofrecía para alegrar el día de los demás.
Y sí, esos sentimientos seguían resonando contra tu pecho y cautivando tu mente aún después del tiempo. Pero de alguna forma sentías que no era lo mismo, que su relación no avanzaba, que todo se estaba estancando.
Linda, estoy aterrizando a las diez, nos vemos pronto,
Chris.
No podías dejar de ver el mensaje que te había dejado hace como cinco horas. No había sido cortante, no sonaba molesto ni triste; por lo contrario, sonaba normal, y eso te preocupaba aún más. Nada de lo que habían pasado había sido sencillo, la vida pública, las diferencias de horario y las carreras diferentes; sin embargo, habían logrado sobrellevarlas.
Hasta ahora.
Suspiraste mientras mirabas el reloj por enésima vez en los últimos quince minutos, tu novio debía estar en camino desde el aeropuerto. Entonces volviste a lo que tu mente no dejaba de dar vueltas desde hace unas semanas, la estabilidad de tu relación.
Estabilidad. Pensarlo era una ironía, porque sentías tu noviazgo era estable, que contrario a lo que todos buscaban no hacía más que deprimirte por las noches y preocuparte por las desocupadas mañanas. No había peleas, tampoco riñas, pero tampoco había atenciones o siquiera llamadas de medianoche como solían tener.
