III.

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—Fuera de mi habitación —una almohada impactó directo en su rostro, arrebatándole una carcajada.

Era la primera vez que Lisa hacía aquello, cualquiera pensaría que se le había zafado un tornillo.

—Shh —llevó ambos índices a sus labios, como si con esa acción pudiese callar los chillidos de Jennie.

Escabullirse dentro de esas cuatro paredes fue pan comido, o eso pensaba una de las dos. Sólo tuvo que trepar el árbol situado cerca de la ventana e intentar mantener el equilibrio al saltar hacia el interior.

—Esto no es parte de... —se detuvo a buscar las palabras adecuadas, mas no las encontró— de lo que sea que acordamos —la sujetó de los hombros y la hizo retroceder.

—Pe-pero —quería explicarle que necesitaba su compañía esa noche, ahora más que nunca.

Su organismo se deterioraba con cada respiración que daba, y todo lo que deseaba era tener a alguien a su lado para que le recordara que había valido la pena vivir de esa manera.

—Sin peros, no hay lugar para dos aquí—.

No entendió si Jennie se refería a la habitación en sí o a su vida en general.

La castaña la condujo directo hasta la ventana por la que entró.

—Buenas noches —le deseó, agitando sus manos para que desapareciera lo más rápido posible de su vista.

—No serán buenas si regreso a casa —por primera vez desde que se conocían, hizo un puchero, tan adorable que derritió a la otra.

No iba a ceder.

—Tus padres deben estar preocupados —intentó persuadirla.

—No. Ellos saben que estoy aquí—.

Y la envidió, deseando tener ese nivel de confianza con los suyos.

Si le permitía quedarse, se convertiría en una bola de demolición, o peor aún, en un huracán que arrasaría con todo a su paso.

Después no habría disculpas por el desastre, porque ella lo aceptó desde el principio.

—¿No tienes más amigos a los cuales molestar?—.

Claro que los tenía.

Cuando no estaba con ella, Lisa gastaba su tiempo y dinero en compañía de Cole y Dylan, aquel par de chicos con sonrisas adorables, junto a Dua, una chica que le sacaba una cabeza de altura.

Su pequeño círculo de felicidad.

Pero con ellos no sentía lo mismo que con Jennie.

Su corazón no brincaba de alegría en su pecho como cuando veía ese par de ojos chocolate.

—Ellos no me aborrecen como tú, así que no es entretenido visitarlos —mostró su alineada dentadura en una sonrisa.

Su parte favorita del día era verla hacer rabietas con su simple presencia, por eso procuraba pasar la mayor parte de su tiempo libre a su lado.

—Me arrepiento de haber aceptado ser tu tutora —entrecerró los ojos, dándose por vencida.

—Ouch —colocó la mano derecha sobre su pecho. Jennie nunca medía el daño que sus palabras podían causar en Lisa. —Bien, podrás echarme de aquí, pero no de tu mente, y eventualmente, tampoco de tu corazón—.

Amenaza o aviso, no importaba, estaba convencida de ello.

La pelinegra sujetó las mejillas de la otra con ambas manos y le plantó un beso en la frente, para después marcharse.

—Espera —le dijo a la nada, aquella silueta había desaparecido.

Sus palabras se encargaron de traerle un dulce insomnio a Jennie que duró no uno, ni dos, sino varios días.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora