V.

3.6K 446 21
                                    

—¿Por qué tu jardín está lleno de pequeños cactus? —preguntó la pelinegra mientras paseaba libremente por aquel espacio cuadrado situado en la parte trasera de la casa.

Se detenía ante cada planta, agachándose para observarla meticulosamente.

—Son más fáciles de cuidar y mantener —le respondió simple, a la vez que tomaba una regadera, vertiendo agua sobre las cactáceas.

Jennie le pudo dar una extensa explicación sobre el verdadero por qué, pero prefirió elegir una respuesta sencilla.

—¿No te gustan las rosas? Son más llamativas —pasó su dedo sobre las espinas, sin llegar a pincharse.

—No. Prefiero el físico rudo al bello y frágil—.

La punta de su lengua se asomaba entre sus labios. Siempre sucedía cuando se concentraba en algo.

—Entonces, si hablamos de una persona, ¿es más probable que te fijes en alguien con tatuajes y perforaciones?—.

Una sonrisa amenazaba con aparecer al escuchar aquello, pero Jennie la suprimió, frunciendo los labios en su lugar.

—Tal vez—.

Lisa se llevó una mano a la barbilla, dejando las plantas en paz. Al parecer estaba a punto de cometer un gran error, pues diversas ideas comenzaban surgir en su cabeza.

—Salgamos de aquí —le propuso, extendiendo su mano hacia ella.

Esta vez Jennie no lo pensó demasiado, y la tomó.

Caminaron por aquellas calles que conocían casi de memoria y que las habían visto crecer.

—¿En serio? —la encaró cuando se detuvieron frente a un local con puertas de vidrio y luces neón adornando los bordes.

Demasiado tarde, ya no podría huir.

—Un gusto verte de nuevo —le saludó un chico de piel bronceada, un par de vivaces ojos verdes y con tatuajes hasta el cuello, literalmente.

Al parecer se conocían, lo que significaba que Lisa ya había estado ahí antes.

Se dejó caer en una silla reclinable, y el tatuador llamado Tyler comenzó con su trabajo.

La castaña observaba cada trazo con interés, dándose cuenta de la pequeña figura que comenzaba a tomar forma en el antebrazo de la chica.

—¿Te duele?—.

Un sonido salió de su garganta, como respuesta negativa.

Se veía relajada.

Tres horas bastaron para marcar su piel con tres diferentes tatuajes situados en lugares estratégicos.

Una luciérnaga en el antebrazo izquierdo.

Un arcoíris en su muñeca derecha.

Y un cactus en su nuca.

Cada uno con un significado que apuntaba para una sola persona.

—¿Te gustan? —Lisa quería escuchar su opinión acerca de ellos.

Habían salido de aquel lugar, y caminaban sin un rumbo fijo; ninguna quería regresar a casa.

El sol ya se había ocultado, dándole paso a un cielo parcialmente nublado, acompañado de una sensación térmica más fría de lo normal.

—Lucen bien en ti —media sonrisa confirmó sus palabras.

Curiosamente, una calidez las rodeaba, provocando que ignoraran al resto de las personas abrigadas que se apresuraban para llegar a sus hogares.

—¿Me veo ruda ahora? —arqueó repetidas veces aquellas cejas perfectamente depiladas, haciendo una mueca graciosa.

Se detuvieron debajo de una farola.

—Definitivamente no, tu cara de bebé lo impide —Jennie atrapó entre sus dedos una de esas mejillas y la apretó por unos segundos.

Esa risa tan característica resonó por el lugar, captando la atención de algunos peatones.

—Lo siguiente será un piercing —le dijo, recordando sus propias palabras.

Lisa atrapó la mano que aún no soltaba su mejilla con la de ella.

Su corazón se enterneció al darse cuenta que la chica parada frente a ella era demasiado lenta para entender sus indirectas.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora