XX.

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—¿Por qué eres tan bonita?—.

Habían dado de alta a Lisa un día antes, y lo primero que hizo fue correr (hipotéticamente) a la casa de Jennie. Cuando llegó, observó con un toque de melancolía el árbol por el que tantas veces trepó para terminar acurrucada entre los brazos de la chica.

Ahora tenía su cabeza recostada en el regazo de Jennie, mientras que su mano izquierda vagaba por el rostro de la castaña, trazando cada una de sus facciones con delicadeza, obligando a su memoria a grabarse todo lo que veía y tocaba.

Quería atesorar sus gestos para no sentirse tan sola cuando ya no la tuviera a su lado.

De alguna manera, la pelinegra presentía que nada iba a salir bien. Su organismo era un fallo completo. Los inhibidores y las quimioterapias sólo le otorgarían algunos meses, pero sólo eso. Su final era inevitable y eso la mantenía inquieta ahora que Jennie estaba al tanto de su condición.

¿Qué pasaría con ella?

Viéndola ahí, sonriéndole desde arriba, por primera vez en mucho tiempo rezó por una segunda oportunidad. Descubrió perdiéndose en esos iris marrones que la vida podría llegar a ser un lugar feliz.

—¿En qué piensas? —dejó pasar la anterior pregunta de la pelinegra. Su mera presencia la ponía nerviosa, no quería que sus palabras hicieran más estragos.

—En ti. Todo el tiempo pienso en ti. Todo se trata de ti —elevó las comisuras de sus labios. Tal vez era hora de ser valiente y cumplir la mayor cantidad posible de sueños. —JenJen, ¿quieres ser mi novia? —soltó.

Un mini infarto la atacó por algunos minutos. A pesar que deseaba escuchar esas palabras hace mucho tiempo, no estaba preparada realmente.

—No llores —Lisa limpió las pequeñas lágrimas que atravesaban con calma las mejillas de la castaña. —Lo siento, yo tampoco saldría con una moribunda —bromeó, ocultando su tristeza por el posible rechazo.

Jennie negó, con una mezcla de llanto y risa.

—Eres una tonta. Por supuesto que quiero ser tu novia —colocó su mano contra la de Lisa, apoyando su mejilla y sintiendo la calidez que emanaba de ella.

—¿En serio? —una fina línea apareció entre sus cejas.

—No, es broma —le dijo la castaña, optando un semblante serio.

—Pero...—.

—Lisa, calla —y sin darle oportunidad de seguir replicando, se inclinó y la besó.

Era un beso tranquilo, cargado de sentimiento. No tenían prisa, porque en ese momento se sentían infinitas y el tiempo no significaba nada.

—Me perdí de tanto por no haberlo dicho antes —le dijo la pelinegra cuando se separaron.

—No pienses en el pasado —Jennie pasó sus dedos por el flequillo de la chica, acomodándolo— son cosas que no puedes cambiar y tomaste decisiones que en su momento creíste correctas —dejó un beso corto en sus labios. —Ahora no te preocupes por el futuro, porque es como ir a la guerra sin armadura. Disfruta el presente—.

—¿Estarás a mi lado? —preguntó, y Jennie no pudo evitar enternecerse ante el tono infantil que empleó.

—Hasta el fin del mundo—.

Lisa cambió de posición y se acurrucó contra el cuerpo de Jennie, abrazándola por la cintura.

Amaba estar en esa habitación, rodeada de todo lo que le gustaba y el perfume de la castaña inundado sus fosas nasales.

Ese lugar era como su búnker ante la guerra que se avecinaba.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora