II.

6.3K 555 9
                                        

—No es necesario que tomes mi mano en público —Jennie intentaba zafarse mientras se aseguraba que nadie las viera.

Odiaba las miradas curiosas.

Casi podía adivinar qué clase de juicios hacían los demás en sus cabezas al ver una imagen como la que ambas estaban proyectando al llevar sus dedos entrelazados.

—Lo hago para asegurarme que nada malo te suceda. Nunca miras a los lados cuando atraviesas la calle—.

Tenía razón.

Jamás lo hacía.

La muerte podría estar esperando por ella, así que no tomaría precauciones para evitarla.

—Como sea. De cualquier manera, ¿a dónde me llevas?—.

Lisa prácticamente la había raptado, llegando a la mesa que Jennie compartía con un grupo de jóvenes a los que llamaba amigos, sujetando su mano y arrastrándola lejos de ahí, con prisa.

A Jennie le costaba mantener su ritmo, sus piernas eran ligeramente más cortas que las de la otra chica.

—Necesito un abrazo y un lugar libre del aire contaminado—.

Siguieron caminando hasta que llegaron a un sitio designado para aparcar bicicletas.

Lisa soltó su mano y tomó una de las tantas que estaban ahí, colocándose un casco. Después le entregó otro a su acompañante, para que imitara su acción.

—Yo... no sé cómo —la castaña admitió avergonzada, dejando la frase a medias esperando que entendiera.

La pelinegra la observó por un momento, ceñuda.

Y cuando lo entendió, las comisuras de sus labios se elevaron.

—Sabes conducir un auto, ¿pero no una bicicleta?—.

De nuevo cuestionando todo lo que había aprendido, y también lo que no.

—No es igual. Un momento —le apuntó con su índice derecho— ¿Cómo sabes eso?—.

Nadie ajeno a su círculo de amigos estaba enterado de eso, ni siquiera sus padres. Principalmente porque aprendió a conducir tomando sin permiso el viejo Mustang de su padre, cuando se quedaba sola en casa.

—Te vi en una ocasión. Parecías feliz cada vez que avanzabas más de dos metros y el auto no se apagaba—.

Fue mera casualidad toparse con aquella escena en una tarde, cuando atravesaba las calles para llegar a su casa.

—Por favor no le digas a mis padres, o me castigarán por el resto de mi vida —rogó, haciendo un puchero.

—Soy una tumba —apretó sus labios e hizo como si tuviese un cierre en su boca, cerrándolo. Por supuesto que no la delataría, no era una soplona— ahora, sube —palmeó la pequeña parrilla en la parte trasera, invitándola a montarse en ella.

Jennie se abrazó a su cintura, temerosa a caerse.

Lisa pedaleó hasta salir de la ciudad, llegando a un campo situado en lo alto de una colina, lejos del bullicio urbano.

—¿Qué hacemos aquí?—.

La vista frente a ella era maravillosa. Verde por dondequiera que mirara.

El viento soplaba con calma, provocando que algunos cabellos salieran de su sitio, cubriendo sus rostros en ocasiones.

—Es mi lugar favorito —la pelinegra bajó de la bicicleta, seguida por la castaña— ¿Puedo abrazarte? No me siento bien—.

Observó su rostro antes de ceder a su petición.

Lucía cansada, su piel estaba pálida y las ojeras debajo de sus ojos contrastaban con su tonalidad.

Asintió y extendió sus brazos, convirtiéndose en su refugio.

—Hueles a caramelo—.

Su piel se erizó al sentir el aliento tibio contra su cuello.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora