VII.

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—No llores, te compraré uno nuevo —Jennie acariciaba el cabello de la pelinegra, intentando darle consuelo mientras luchaba con todas sus fuerzas por no reír.

Se encontraban en la biblioteca. Montañas de libros ocupaban la mayor parte de la mesa frente a ellas.

Le parecía absurdo el motivo de su llanto, pero ahí estaba ella, lidiando con una niña pequeña atrapada en el cuerpo de una chica joven.

Lisa había partido su lápiz en dos, llena de frustración porque el dolor en su cabeza no se iba, aun cuando había tomado sus medicamentos. Comenzaba a irritarle hasta el más mínimo ruido.

Y luego de unos minutos, cuando el dolor se hizo insoportable, las lágrimas fluyeron.

Jennie creyó que el llanto se debía a su reciente material roto.

—¿Podemos irnos? —su voz sonaba congestionada.

Se le antojaba estar en cualquier otra parte, pero con la castaña a su lado.

—Aún nos quedan dos clases por delante—.

Otro puchero, de esos que sólo hacía cuando estaba con ella, apareció.

¿Cómo iba a resistirse?

Su ternura era una mala influencia.

Una mirada cómplice vino después, una que las hizo terminar en el lugar favorito de Lisa.

Y es que, por más que quisiera mostrarse fría con ella, secretamente a Jennie le había encantado abrazarse a su cintura mientras la otra pedaleaba hasta quedarse sin aire.

—Eres como el cielo, Jennie Kim —soltó de repente la pelinegra, manteniendo los ojos fijos en aquel infinito azul.

Ambas tumbadas en el césped, debajo de uno de los tantos árboles situados ahí.

La castaña se atragantó con su propia saliva al escuchar aquello.

—¿A qué viene eso? —preguntó, de repente nerviosa.

—No lo sé. Cuando estoy contigo, me siento como un ave que vuela, acaparando todo tu espacio con total libertad, sin nada que me detenga. Y eso me hace feliz —tomó una de las manos de la castaña, acariciando los dedos delgados, con una manicura impecable. —Sé que tú no me necesitas de la misma manera, porque eres como el cielo despejado. Y cuando te molestas, eres como una lluvia torrencial aproximándose, lanzando rayos y rugiendo con fiereza —sonrió— otras veces eres como un atardecer, desbordando colores que ninguna mano humana podría imitar sobre un lienzo —suspiró, subiendo su mirada hasta esos ojos que la miraban con asombro, como si nadie jamás le hubiera dicho algo similar.

Era verdad, Jennie era una persona hermosa físicamente, y los cumplidos siempre se referían a eso.

A lo exterior.

Pero Lisa hablaba de su alma, cómo ésta se proyectaba ante ella.

Cómo su ser se sentía con ella.

—Eres algo que todo el mundo sabe que está ahí, pero a la vez, un efecto visual. Una bóveda imaginaria que muestra lo que alguien como yo nunca podrá alcanzar —bajó la vista, con un nudo en la garganta impidiéndole seguir hablando.

Su tutora se encontraba en la misma situación.

No encontraba las palabras adecuadas para responder aquella magnífica comparación.

—¿A esto te referías cuando dijiste que me mostrarías lo que hay aquí? —colocó su índice suavemente sobre la sien de la pelinegra, quien asintió como respuesta. —Vaya, me has sorprendido gratamente. ¿Qué hay de lo que guardas aquí? —apartó su dedo y extendió la mano, situándola sobre el pecho de Lisa.

—Es tan complejo, y a la vez tan simple. Pero eso no te lo puedo decir ahora, necesito tiempo —colocó una mano sobre la suya, regresando al profundo universo disfrazado de unos iris cafés.

El reloj había comenzado la cuenta regresiva, y Lisa sabía que debía ser valiente en cuanto antes.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora