VIII.

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—¡Hey! ¿Te sientes mejor? —la chica que la había llevado hasta su casa se detuvo frente a ellas, obstruyendo su paso y dedicándole una sonrisa de lado a la castaña.

Muy amigable, según Jennie.

Muy coqueta, según Lisa, quien presenciaba la escena en silencio.

—Sí, gracias —le devolvió el gesto, y de paso la escaneó disimuladamente.

Esta vez llevaba jeans de mezclilla junto con una camisa a cuadros un par de tallas más grande. Y claro, sus converse.

—Me alegra. Por cierto, no me presenté —se dio una palmadita en la frente. —Soy Moonbyul —extendió su mano.

—Jennie —la estrechó.

El contacto duró más de lo esperado.

—Lisa —levantó su mano, interrumpiendo a propósito— encantada, ahora que todas nos conocemos, es hora de irnos —sujetó el brazo de Jennie y la arrastró lejos de aquella chica.

Una opresión se había instalado en el pecho de la pelinegra al ver cómo su tutora se perdía en la figura de esa tipa.

—Suéltame —se quejó, golpeando con su mano libre aquel agarre.

Cuando estuvieron lo suficientemente lejos de Moonbyul, Lisa la soltó, junto con todo el aire que había retenido en sus pulmones.

—¿Qué te pasa, eh? —Jennie la empujó, sólo un par de centímetros, pues tampoco quería verla tirada en el piso.

No lo sabía. O tal vez sí.

Los celos se apoderaron de ella.

Era la primera vez que le pasaba con Jennie, y seguramente no sería la última.

—Perdón —resopló, molesta consigo misma.

—Perdón, perdón, ¡perdón! Eso no lo soluciona —levantó los brazos en un movimiento exagerado— ¿Qué te pasa? Te dije que no quería salir contigo, ¿por qué vienes y te comportas de esa manera? —la encaró.

Jennie había notado ese comportamiento desde que Lisa le pidió salir con ella "sin sentimientos de por medio".

Antes de aquello, su relación era únicamente escolar.

—Por nada —se giró en dirección contraria y caminó, con sus manos sujetando los tirantes de la mochila.

—Ah no, Manoban, no huyas —la alcanzó, sujetándola como anteriormente lo había hecho la pelinegra con ella— responde—.

Un suspiro.

Diecisiete segundos perdidos.

—Mentí —habló bajito, como si lo que estuviera a punto de decir fuera el mayor secreto del universo y nadie debía enterarse— me gustas, Jennie Kim. Me gustas desde que te asignaron como mi tutora y te reíste discretamente al darte cuenta que no entendía álgebra. Me gustas desde que llegaste a mi casa con aquel suéter azul. Me gustas desde que me di cuenta que nadie tenía la paciencia que tú tienes conmigo. Me gustas porque eres tú—.

En ese momento se sentía tan indefensa y pequeña ante la mirada indescifrable de la castaña.

Pero las palabras estaban dichas y no podía hacer nada para cambiarlo.

—Lisa...—.

—Escucha, no tienes que decir algo, no te lo dije para que me correspondieras. Simplemente era algo que ya no podía ocultar, y tarde o temprano te darías cuenta—.

—Lo siento. No puedo... no es correcto. Mis sentimientos no son afines...—.

Tanta impotencia detrás de esas palabras.

Tanto dolor en su pecho.

Pero lo intentó, y eso era mejor a quedarse atrapada en el "y si...".

Si nunca te arriesgas, no sabrás qué pudo haber pasado.

Ella obtuvo un corazón roto como resultado.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora