XXX. / Pt. 1

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—Jennie, ven aquí —su padre la llamó antes de que pudiera huir y encerrarse en su habitación.

La menor maldijo por lo bajo y caminó hasta quedar frente al mayor. Seguramente ya se había dado cuenta que usaba su preciado auto a escondidas y recibiría un castigo por ello. Aunque ese día no estaba de humor para regaños; Lisa había faltado otra vez a la escuela y le preocupaba que le hubiese pasado algo.

—¿Qué sucede? —sin embargo, no se mostró intimidada ante la mirada que el señor Kim le estaba dedicando.

—Vamos a mi estudio. Tu madre y yo debemos hablarte sobre algo —se dirigió al dichoso lugar, con una castaña intrigada siguiéndole de cerca.

Al entrar, la señora Kim ya los esperaba ahí. Saludó a su hija, dejando un beso en su mejilla.

—¿Me dirán qué está pasando? Porque no es muy común que ustedes quieran hablar conmigo —soltó con molestia.

—Bien, si eso quieres —el señor Kim se cruzó de brazos— Ayer por la noche llamó mi jefe—.

Eso no pintaba nada bien. Ninguna cosa buena empezaba con una frase así. Un nudo se formó en el estómago de Jennie.

—¿Y? ¿Qué quería el señor Jones?—.

El mayor desvió la mirada hacia su esposa, quien parecía angustiada.

—Me ofreció un ascenso—.

—Ah, felicidades —dijo sin emoción, dispuesta a retirarse.

—Pero tendremos que mudarnos —¡zap! primer flechazo directo a su pecho.

—¿Q-qué? —titubeó, segura que había escuchado mal.

Debía ser una broma de mal gusto. Ella no podía dejar la ciudad. Lisa la necesitaba, no podía abandonarla así. Aunque si pasaba, estaba dispuesta a conducir horas con tal de verla, porque seguramente no enviarían a su padre tan lejos, pero no era lo mismo.

—Si acepto, París será tu nuevo hogar—.

¡Zap! Segundo flechazo.

París estaba más lejos de lo que imaginaba.

No había manera de regresar.

El nudo en su estómago se apretó con fuerza, de pronto provocándole ganas de vomitar.

—¡¿Estás loco!? —estalló— ¿¡Cómo se te ocurre!?—.

—Jennie...—.

—¡No! ¿Por qué quieres arruinar mi vida de esta manera? —su pecho ardía, al igual que sus ojos por aguantar las lágrimas— Nunca te he importado, eso lo sé, pero ¿por qué de repente quieres arrastrarme a otro país? Yo soy feliz aquí. Tenemos todo lo necesario —tensó la mandíbula.

—Es una gran oportunidad. Y tendrás más de lo necesario allá —su padré frunció el ceño, molesto por la reacción de su hija.

—Ya tengo todo lo que quiero aquí, por favor —rogó, al borde del llanto. —Mamá, por favor —se dirigió a la mujer mayor— dile que aquí estamos bien—.

—Cariño... sólo queremos lo mejor para ti—.

—Es que no lo entienden —el llanto comenzó, qué más daba que sus padres la vieran así— lo mejor para mí está aquí. No me puedo ir. Por favor, por favor —su madre la atrapó en un abrazo, acariciando su cabello en un intento de consuelo.

Jennie se sintió como una niña pequeña otra vez entre sus brazos. Tan vulnerable ante el mundo.

—¿Qué tienes aquí que no puedas conseguir en París? —el señor Kim no daría su brazo a torcer tan fácil.

—¡A Lisa! Su amor, su compañía, su risa —se hundió más en el pecho de la señora Kim, llorando como si su vida dependiera de ello.

Y, de cierto modo, así era.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora