EPÍLOGO.

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P.O.V. Jennie

Ahí me encontraba yo, delante de su lápida, después de un año.

Trescientos sesenta y cinco días después de esa fatídica noche.

No podía creer que el tiempo haya pasado tan lento y tan rápido a la vez. Esa sensación de entumecimiento no me abandonaba desde hace meses, aunque a este punto era más leve, como el cosquilleo de una pluma constante. Pero permanecía ahí.

Supongo que París me ayudó a sobrellevarlo. O lo hizo más doloroso y me obligó a aceptarlo.

No sé. No sé nada desde que ella murió.

Me arrastraron a la fuerza a otro país por culpa de Lalisa. Desde ese momento perdí el control de mi vida, pero, ¿alguna vez lo tuve? Aun cuando debería odiarla, mi corazón no podía albergar sentimientos negativos hacia ella. La amé, y creo que lo haré por el resto de mi vida. Ella sólo hizo lo que creyó correcto para sobrevivir, ¿no lo haría cualquiera de nosotros?

Tomamos decisiones. Malas. Buenas. Alteramos nuestro destino una y otra vez. ¿De qué sirve? Al final todos moriremos.

No lo entiendo todavía.

Y ella ya no estaba para explicármelo.

—Hola —finalmente me animé a hablar. Era ridículo hablarle a una piedra labrada, pero sentía que estaba escuchándome a través de ella. Como si se tratase de algún tipo de portal. —He regresado —susurré, a pesar de que no había nadie cerca para escuchar la conversación entre vivos y muertos. O eso creía. —Te traje éstas —dejé una pequeña maceta con margaritas del cabo en el suelo. Eran sus favoritas. Me había detenido en una florería antes de venir hasta este lugar, especialmente a comprarlas para ella, esperando que le dieran un poco de felicidad dondequiera que estuviese. Ya le pediría a uno de los jardineros del cementerio que se encargara de regarlas y cuidarlas. —Creí que no llegaría —reí sin ganas, aguantando las lágrimas— las escuelas en Europa son completamente diferentes a las de Corea, los días para vacacionar están invertidos. Estoy segura que te encantaría todo de allá... es un lugar totalmente afín a tu estilo —mordí mi labio inferior. Seguía siendo igual de fácil hablarle. —Conocí a dos chicas. Son gemelas, y no pude evitar compararlas con Cole y Dylan la primera vez que las vi. Sus nombres son Simi y Haze. No tienen el mismo carácter que los Sprouse, o bueno, eso creo. Tal vez comparten el mismo ego que Dylan —rodé los ojos con diversión. —Pero son personas increíbles, me ayudaron muchísimo. Aunque sería injusto compararlas contigo —me detuve. Había tantas cosas que quería contarle, pero de un momento a otro lo olvidé y todo lo que deseaba era abrazarla. —Te extraño como no tienes idea —sollocé.

Claro que lo hacía. Me sentía sola.

Los primeros días en Francia fueron un infierno. No podía dormir, porque cada vez que cerraba los ojos, veía fragmentos de mi vida siendo feliz, pero de repente se convertían en pesadillas. Llorar y repetir como un mantra el nombre de Lisa se estaba convirtiendo en mi nueva rutina. Después vinieron otros problemas, como mi rotunda negación a los alimentos. Los gritos de papá no ayudaban en nada, sentía que sólo hurgaba más en la herida. Mamá intentó ser eso, una madre, pero no era suficiente, no se podía remediar el daño de años en días.

No existía un momento de paz para sanar.

Ahora estaba aquí. En el lugar que me vio nacer y dar mis primeros pasos. El lugar testigo de todas mis primeras veces.

One, Two, I Love You.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora